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Foto: Jmp |
TALLER PHILIP
ROTH
(EEUU,
19 de marzo de 1933 – 22 de mayo de 2018)
DEJARÉ LA VEJEZ PARA ENTRAR EN LA VEJEZ PROFUNDA Y ADENTRARME CADA
DÍA UN POCO MÁS EN EL TEMIBLE VALLE DE LAS SOMBRAS
BUENAS NOTICIAS
Milty, el soldado americano, telefonea
desde el Japón. Mamá —dice—, soy Milton, ¡tengo buenas noticias! Conocí a una
chica japonesa maravillosa y nos casamos hoy. Quiero llevarla a casa en cuanto
me licencie, mamá, para que la conozcas. Bueno —dice la madre—, tráela, desde
luego. Oh, magnífico, mamá —dice Milty—, magnífico… sólo que me estaba
preguntando…, en tu pequeño departamento ¿dónde dormiremos Ming Toy y yo?
¿Dónde? —dice la madre—. Pues en la cama ¿en qué otro sitio vas a dormir con tu
esposa? Pero, entonces, ¿dónde dormirás vos si nosotros dormimos en la cama?
¿Estás segura de que hay sitio, mamá? Milty querido, por favor —dice la madre—,
todo está bien, no te preocupes, habrá todo el sitio que quieras: en cuanto
cuelgue el teléfono voy a suicidarme.
TRUMP
ES UN FRAUDE A GRAN ESCALA, LA FATÍDICA SUMA DE SUS DEFICIENCIAS,
CARENTE
DE TODO EXCEPTO DE LA IDEOLOGÍA HUECA DEL MEGALÓMANO
Charles McGrath, The New York Times
Book Review, 26 de enero de 2018
Con la muerte de Richard Wilbur en
octubre, Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) se convirtió en
el decano del departamento de literatura de la Academia Estadounidense de
las Artes y las Letras, el augusto salón de la fama de Audubon Terrace, en el
norte de Manhattan, que es a las artes lo que Cooperstown al béisbol.
Recientemente, Roth entró a hacer compañía a William Faulkner, Henry James y Jack London como uno de los pocos estadounidenses
incluidos en la Biblioteca de la Pléiade. Además, la editorial italiana
Mondadori está publicando su obra en la colección Meridiani de autores
clásicos. Todas estas distinciones -que incluyen el premio español Príncipe de Asturias en 2012 y el nombramiento de
comendador de la Legión de Honor francesa en 2013- parecen complacerlo al
tiempo que divertirlo. “Mire esto”, me dijo el mes pasado mientras sostenía el
volumen de Mondadori con su ornamentada encuadernación, grueso como una Biblia,
que incluye títulos como El lamento de
Portnoy y Zuckerman
desencadenado. “¿Quién lee libros así?”
Como es sabido, en 2012, al
acercarse a los 80 años, Roth anunció que había dejado de escribir. (En
realidad lo había hecho en 2010). En los años transcurridos desde entonces, ha
dedicado parte del tiempo a dejar las cosas claras. Por ejemplo, escribió una
larga y apasionada carta a Wikipedia rebatiendo la ridícula opinión de la
enciclopedia de internet de que no había sido un testigo fiable de su propia
vida. (Wikipedia acabó dando marcha atrás y reescribió su entrada).
Roth
también mantiene contacto frecuente con Blake Bailey, al que nombró su biógrafo
oficial y que ya ha acumulado 1.900 páginas de notas para un libro que se prevé
que sea la mitad de extenso.
Además,
ha supervisado la publicación de Why
Write? (¿Por qué escribir?), el último volumen de la edición de su
obra en la Library of America. El libro, una especie de barrido final, un
pulimento del legado, incluye una sección de ensayos literarios de las décadas
de 1960 y 1970, el texto completo de El oficio -su colección de
conversaciones y entrevistas con otros escritores, muchos de ellos europeos, de
2001-, y una sección de ensayos y conferencias de despedida, algunos de los
cuales se publican por primera vez. No por casualidad, termina con una frase de
dos palabras: “Aquí estoy”, entre tapas duras, claro está.
Sin
embargo, la mayor parte del tiempo, Roth lleva la tranquila vida de un jubilado
del Upper West Side. (Su casa de Connecticut, en la que solía recluirse para
los largos periodos de escritura, solo la usa en verano). Ve a amigos, va a
conciertos, revisa su correo electrónico y ve viejas películas en Film Struck.
No hace mucho recibió la visita de David Simon, creador de The Wire, que está realizando una miniserie en seis capítulos
de La conjura contra América, tras la cual declaró que estaba
seguro de que su novela estaba en buenas manos. Roth goza de buena salud,
aunque ha tenido que someterse a varias operaciones debido a un recurrente
problema de espalda, y parece feliz y satisfecho. Tiene una actitud pensativa,
pero, aun así, cuando quiere es muy divertido.
¿QUÉ PIENSA DE LOS DÍAS QUE VIVIMOS?
He
entrevistado a Roth en diversas ocasiones a lo largo de los años, y el mes
pasado le pregunté si podíamos volver a hablar. Como muchos de sus lectores, me
preguntaba qué pensaba el autor de Pastoral americana, Me casé con un comunista y La conjura contra América del extraño periodo que vivimos
actualmente. También tenía curiosidad por saber cómo pasaba el tiempo. ¿Se
dedicaba a hacer sudokus? ¿Veía la televisión durante el día? Roth estuvo de
acuerdo en que lo entrevistase, pero solo si lo podíamos hacer por correo
electrónico. Necesitaba darse tiempo, me explicó, y meditar lo que quería
decir.
Dentro de unos meses cumplirá 85 años. ¿Se siente anciano? ¿Qué se
siente al envejecer?
Sí, dentro de unos meses dejaré
la vejez para entrar en la vejez profunda y adentrarme cada día un poco más en
el temible Valle de las Sombras. Me asombra encontrarme todavía aquí al final
de cada día. Cuando me acuesto por la noche, sonrío y pienso: “He vivido un día
más”. Y vuelve a ser asombroso despertarme ocho horas después y ver que ha
llegado la mañana del día siguiente y sigo estando aquí. “He sobrevivido otra
noche”, y la idea vuelve a hacerme sonreír. Me acuesto sonriendo y me levanto
sonriendo. Estoy muy contento de seguir vivo. Es más, cuando sucede, como ha
sucedido, semana tras semana y mes tras mes desde que empecé a beneficiarme de
la Seguridad Social, produce la ilusión de que nunca se va a acabar, aunque,
por supuesto, sé que puede acabar en un instante. Es algo así como jugar
todos los días a un juego, un juego de alto riesgo, en el que, por ahora y
contra todo pronóstico, voy ganando. Veremos cuánto me dura la suerte.
Ahora que se ha retirado como novelista, ¿alguna vez echa de menos la
escritura o piensa en abandonar su retiro?
No, no lo pienso. La razón es que
las condiciones que motivaron que dejase de escribir ficción hace siete años no
han cambiado. Como digo en Why
Write?, en 2010 tenía “la fuerte sospecha de que había dado lo mejor de mi
trabajo, y que cualquier otra cosa sería inferior. Por entonces ya no estaba en
posesión de la vitalidad mental, la energía verbal o la forma física para
montar y sostener un gran ataque creativo de cualquier duración sobre una
estructura compleja tan exigente como una novela. Todo talento tiene sus
condiciones; su naturaleza, su finalidad, su fuerza; también su plazo, su
ejercicio, su tiempo de vida…No todo el mundo puede ser productivo para siempre.
Cuando mira atrás, ¿qué recuerda de sus
más de cincuenta años de escritor?
Euforia y
lamentos. Frustración y libertad. Inspiración e incertidumbre. Abundancia y
vacío. Salir disparado hacia delante y quedarte enredado por el camino. Día
tras día, el repertorio de dualidades oscilantes que soporta todo talento, y
también una tremenda soledad. Y el silencio. Cincuenta años en una
habitación silenciosa como el fondo de un estanque, produciendo a duras penas
-cuando todo iba bien- mi ración mínima diaria de escritura aprovechable.
En Why Write? reedita su famoso ensayo
"Escribir narrativa norteamericana", que sostiene que la realidad
estadounidense es tan disparatada que casi supera la imaginación del escritor.
Lo dijo en 1960. ¿Qué piensa ahora? ¿Alguna vez imaginó un Estados Unidos como
el que vivimos hoy?
Nadie que yo conozca imaginó un
Estados Unidos como el que vivimos actualmente. Nadie (excepto tal vez el
mordaz H.L. Mencken, que hizo la famosa descripción de la democracia
estadounidense como "la veneración de los chacales por parte de los
subnormales") podía haber imaginado que la catástrofe que se abatiría
sobre Estados Unidos en el siglo XXI, el más degradante de los desastres,
no llegaría, digamos, con la aterradora apariencia de un Gran Hermano
orwelliano, sino en forma del siniestramente ridículo personaje de la commedia
dell'arte del bufón presumido. ¡Qué ingenuo fui en 1960 al
pensar que era un estadounidense que vivía una época absurda! ¡Qué curioso!
Pero, ¿qué podía saber yo en 1960 de 1963, o de 1968, o de 1974, o de 2001, o
de 2016?
En estos momentos, su novela de 2004 La conjura contra América parece escalofriantemente profética.
Cuando se publicó, hubo quien vio en ella un comentario sobre el Gobierno de
Bush. Sin embargo, en aquella época no contenía ni de lejos tantas semejanzas
como parece contener ahora.
Por muy profética que La conjura contra América le pueda
parecer, no cabe duda de que hay una enorme diferencia entre las circunstancias
políticas que inventé en ella para los Estados Unidos de 1940 y la calamidad
política que hoy en día nos produce tanta consternación. Es la diferencia entre
la talla del presidente Lindbergh y la del presidente Trump. Puede que Charles
Lindbergh, tanto en la vida real como en mi novela, fuese un verdadero racista,
un antisemita y un supremacista blanco que simpatizaba con el fascismo, pero
también era -debido a la extraordinaria hazaña de su vuelo transatlántico en
solitario a los 25 años- un auténtico héroe estadounidense 13 años antes de que
yo decidiese que ganase la presidencia. Históricamente, Lindbergh fue el
valiente joven piloto que en 1927 cruzó el Atlántico volando, sin escalas,
desde Long Island hasta París. En comparación, Trump es un fraude a gran
escala, la fatídica suma de sus deficiencias, carente de todo excepto de la
ideología hueca del megalómano.
ESCRIBÍ MUCHO SOBRE LA TENTACIÓN SEXUAL DE LOS HOMBRES
Uno de sus temas recurrentes ha sido el
deseo sexual masculino y sus múltiples manifestaciones. ¿Qué piensa del momento
que estamos viviendo, en el que tantas mujeres dan un paso al frente y acusan a
tantos hombres con una importante imagen pública de acoso y abuso sexual?
Como usted ha
dicho, no soy un novelista ajeno a la furia erótica. Los hombres envueltos por
la tentación sexual constituyen uno de los aspectos de la vida masculina sobre
el que he escrito en algunos de mis libros. Hombres que responden a la
insistente llamada del placer sexual, acosados por vergonzosos deseos y
por la imperturbabilidad de la lujuria obsesiva, seducidos incluso por el
atractivo del tabú. Durante décadas he imaginado un grupito de hombres
inquietos poseídos por esas fuerzas tan abrasadoras con las que tienen que
vérselas y negociar. He intentado no hacer concesiones al representar a
esos hombres, cada uno con su manera de ser y de comportarse, excitados,
estimulados, hambrientos en manos del fervor carnal y enfrentados a las
múltiples disyuntivas psicológicas y éticas que plantean las exigencias del
deseo. En los relatos de por qué, cómo y cuándo los hombres inflamados hacen lo
que hacen no he rehuido los hechos, aun cuando no estuviesen en armonía con la
imagen que una campaña de relaciones públicas masculina -en caso de que tal
cosa existiese- probablemente preferiría. No me he adentrado solamente en la
mente del hombre, sino también en la realidad de esos deseos incontrolables
cuya obstinada presión puede amenazar la propia racionalidad con su
persistencia, deseos a veces tan intensos que se pueden vivir incluso como una
forma de locura. En consecuencia, ninguna de las conductas sobre las que
he leído en la prensa últimamente, por extrema que fuera, me ha sorprendido.
ME PASO EL DÍA LEYENDO HISTORIA
Siempre ha sido conocido por trabajar
jornadas larguísimas. Ahora que ya no escribe, ¿qué hace con tanto tiempo
libre?
Leo.
Curiosamente o no, muy poca narrativa. Mientras trabajaba, me pasé la vida
leyendo narrativa, enseñando narrativa, estudiando narrativa y escribiendo
narrativa. Hasta hace siete años apenas pensaba en otra cosa. Desde entonces
paso buena parte del día leyendo Historia, sobre todo historia de Estados
Unidos, pero también de la Europa moderna. La lectura ha sustituido a la
escritura, y es la parte más importante, el estímulo, de mi vida intelectual.
¿Qué ha leído últimamente?
Parece que últimamente he
cambiado de rumbo, y he leído una serie de libros heterogéneos. He leído tres
libros de Ta-Nehisi Coates. De ellos, el más revelador desde un punto de vista
literario es The Beautiful Struggle (La
hermosa lucha), sus recuerdos del reto que supuso su padre en su infancia.
Leyendo a Coates me enteré de la existencia del compendio de Nell Irvin Painter
que lleva el provocador título de The
History of White People (Historia de los blancos). Painter me devolvió
a la historia estadounidense y leí Esclavitud y libertad en los Estados
Unidos, de Edmund Morgan, un ensayo sumamente erudito sobre lo que el autor
llama “el matrimonio entre la esclavitud y la libertad” tal como era en la
antigua Virginia.
Leer a Morgan me condujo por
diversos vericuetos a leer los ensayos de Teju Cole, si bien no sin dar antes
un considerable viraje con la lectura de El giro, de Stephen Greenblatt, que trata de las circunstancias del
descubrimiento del subversivo manuscrito de Lucrecio De la naturaleza de las cosas en el siglo XV, lo cual me
condujo a enfrentarme a la lectura de parte del largo poema del autor latino,
escrito en algún momento del siglo I antes de Cristo, en la traducción en prosa
de A.E. Stalllings. A partir de aquí seguí con la lectura de El espejo de un hombre, el libro de
Greenblatt sobre cómo Shakespeare llegó a ser Shakespeare. Por qué camino
llegué a leer y disfrutar de la biografía de Bruce Sprins- teen, Born to Run, solo lo puedo explicar diciendo que parte
del placer de tener tanto tiempo a mi disposición para leer lo que cae en mis
manos me reserva sorpresas inesperadas.
DE UN LIBRO A OTRO
Por correo electrónico me llegan a menudo
copias de libros antes de su publicación, y así fue como descubrí Pogrom: Kishinev and the Tilt of History
(Pogrom: Kishinev y el declive de la historia), de Steven Zipperstein. El autor
describe pormenorizadamente los años de principios del siglo XX en los que la
difícil situación de los judíos en Europa se volvió mortal en unas
circunstancias que presagiaban cómo terminaría todo. Gracias a Pogrom descubrí The Jewish Century, un trabajo de
historia interpretativa obra de Yuri Slezkine, que sostiene que “la era moderna
es la era judía, y el siglo XX en particular, el siglo judío.
He leído Impresiones personales, de Isaiah Berlin, sus ensayos biográficos sobre el elenco de
personajes influyentes del siglo XX que conoció u observó. Contiene una breve
aparición de Virginia Woolf con su aterradora genialidad, así como
unas cuantas páginas especialmente absorbentes sobre el primer encuentro de
Berlin con la magnífica poeta Anna Akhmatova una noche de 1945 en Leningrado,
ferozmente bombardeada. Entonces ella había cumplido ya los 50 y estaba
aislada, sola, despreciada y sufría la persecución del régimen soviético. Dice
Berlin: “Tras la guerra, Leningrado no era para ella más que un vasto
cementerio en el que yacían sus amigos… El relato de la inclemente tragedia de
su vida iba mucho más allá de lo que cualquiera me hubiese descrito jamás con
palabras habladas”. Conversaron hasta las tres o las cuatro de la madrugada. La
escena es tan conmovedora como cualquier escena de Tolstoi.
La semana pasada leí los libros de
dos amigos. Uno es una inteligente biografía breve de James Joyce, de Edna O'Brien. El otro es Confessions of an Old Jewish Painter, la
encantadoramente excéntrica autobiografía del gran artista R.B. Kitaj, uno de
mis más queridos amigos, ya desaparecido. Muchos de mis buenos amigos han
muerto. Algunos eran novelistas. Echo en falta sus libros en el correo
electrónico.
Los textos forman parte de estudio en ejercicios
de taller.-