martes, 29 de mayo de 2018

JORGE LUIS BORGES Chuang Tzu













TALLER JORGE LUIS BORGES
(Buenos Aires, Argentina, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986)
UN AUTOR PELIGROSÍSIMO

(Fragmento)

     “(…) Chuang Tzu ha sido muy diversamente juzgado. Martin Buber (Reden und Gleichnisse des Tschuang-Tse, 1910) lo considera un místico; el sinólogo Marcel Granet (La pensée chinoise, 1934) el más original de los escritores de su país; Xul Solar, un literato que exploró las posibilidades líricas y polémicas del taoísmo. Nadie ha negado su vigor y su variedad. Uno de sus sueños es proverbial en la literatura china, cuyos sueños son admirables. Chuang Tzu -hará unos veinticuatro siglos- soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.

     Copio una de sus parábolas: “La más hermosa mujer del mundo, Hsi Shih, frunció una vez el entrecejo. Una aldeana feísima la vio y se quedó maravillada. Anheló imitarla: asiduamente se puso de mal humor y frunció el entrecejo. Luego pisó la calle. Los ricos se encerraron bajo llave y rehusaron salir; los pobres cargaron con sus hijos y sus mujeres y emigraron a otros países”.

     La primera versión inglesa de Chuang Tzu apareció en 1889. Oscar Wilde la criticó en el Speaker. Alabó su mística y su nihilismo y dijo estas palabras: “Chuang Tzu, cuyo nombre debe cuidadosamente pronunciarse como no se escribe, es un autor peligrosísimo. La traducción inglesa de su libro, dos mil años después de su muerte, es notoriamente prematura”.


En “Chuang Tzu”, revista Sur, agosto de 1940


Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

domingo, 27 de mayo de 2018

SANDRA RUSSO Ser leonas con los dientes apretados, hembras resistentes que salen a ganarse su alegría












TALLER SANDRA RUSSO
(Buenos Aires, 1959)
LA MUJER SABIA ES LA MUJER ALEGRE


NOSOTRAS PARIMOS EL BUEN DÍA

     Viene de adentro, no cabe duda. Se hace paso desmalezando el camino, salta como un atleta en esa carrera llena de los obstáculos que somos nosotras mismas. Se impone y despeja el cielo que tenemos grabado en la retina. Nos permite mirar a nuestro alrededor con ojos infantiles, con ojos invencibles. Es esa fuerza que puede recibir distintos nombres pero no tiene ninguno. Es esa gracia que no obedece a la voluntad, que baila sola. Es el deseo de aprovechar las horas. Es nuestra parte más clara y más blanda. En esa zona amurallada por todos los devenires y pertrechada contra todos los rayos, esa fuerza germina y se hace fuerte, y se hace música sencilla. Es la alegría de estar aquí y ahora, de ser quienes somos, de aceptarnos y conocernos y aún así desear ser distintas. Es la alegría la que mueve montañas dentro de nosotras, la que es fe, la que es gratis, la que es digna de ser defendida contra todo. Lo menos que podemos hacer por ella es defenderla contra todo. Ser leonas con los dientes apretados, hembras resistentes que salen a ganarse su alegría. Esa es la presa de las cazadoras. La alegría. La luz que baña todo lo que toca con su color: encanta los panes de los desayunos, los saludos al vecino, el café de la media mañana, el paseo solitario, las arrugas, la amarra del amor. La alegría es lo que nos consuela por las cosas a las que hemos renunciado y también lo que nos permite volver a elegir las cosas que hemos elegido. La mujer sabia es la mujer alegre.


EL BAÑO CALIENTE DESPUÉS DEL TRABAJO

     Fue un día largo, espinoso. Hubiésemos preferido ir de aquí para allá en cámara lenta, o en todo caso quedarnos quietas, porque hoy estamos frágiles, víctimas de una de esas gripes del alma que atacan sin aviso. Pero hemos sucumbido a la tormenta de sucesos, peregrinaciones y rituales que ejercemos porque somos adultas, y una mujer adulta es alguien que no obedece a su impulso sino a su agenda. Hemos librado nuestras batallas ínfimas en bancos, en oficinas, en comercios, en subterráneos, en colectivos, y hemos vuelto, por fin hemos vuelto a casa. Pero nos huele mal en la ropa y en el cuerpo todo lo no elegido. Nos desnudamos y abrimos la canilla. El concierto del agua se abre paso hacia nuestros oídos mientras los ojos se dejan nublar por el vapor. Ahí vamos, desprovistas de todo menos de nuestra naturaleza, a bautizarnos en el baño caliente. ¿Será posible este renacer hoy, recuperar este día? Bajo el agua caliente es que queremos borrar lo que hemos hecho sin convicción, y rehacernos un poco más convincentes. Nos quedamos inmóviles bajo el agua. Buscábamos esto. La dulce inmovilidad en la pecera, este otro tipo de limpieza.


DORMIR SOLAS

     La cama es un mundo que es nuestro. Somos dueñas esta noche de sus leyes. Somos soberanas con laureles de esta sábana blanca que huele a azahar. Antes de dejarnos doblegar por el sueño, somos felices. Brevemente. Discretamente. Nadie nos obedece, no obedecemos a nadie. En esta cama no hay ningún juego de poder. Qué bella manera de descansar.


DORMIR ACOMPAÑADAS

     Sumergirse de a poco en el agua del sueño. Pero antes, o mientras tanto, mientras nos sumergimos, los pies buscan sus pies. La piel de los dedos de los pies empieza a acariciar la superficie tibia de otra piel. Este abrazo comienza de abajo para arriba. Y sube. Nos entregamos a esa deriva. Y cuando el sueño comienza a masticarnos, nos dejamos masticar porque no muerde. Nos dormimos abrazadas a él. Así está bien. 



Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

miércoles, 23 de mayo de 2018

PHILIP ROTH Leer ha reemplazado el placer de escribir y constituye el principal estímulo de mi vida intelectiva

Foto: Jmp












TALLER PHILIP ROTH
(EEUU, 19 de marzo de 1933 – 22 de mayo de 2018)
DEJARÉ LA VEJEZ PARA ENTRAR EN LA VEJEZ PROFUNDA Y ADENTRARME CADA DÍA UN POCO MÁS EN EL TEMIBLE VALLE DE LAS SOMBRAS


BUENAS NOTICIAS

Milty, el soldado americano, telefonea desde el Japón. Mamá —dice—, soy Milton, ¡tengo buenas noticias! Conocí a una chica japonesa maravillosa y nos casamos hoy. Quiero llevarla a casa en cuanto me licencie, mamá, para que la conozcas. Bueno —dice la madre—, tráela, desde luego. Oh, magnífico, mamá —dice Milty—, magnífico… sólo que me estaba preguntando…, en tu pequeño departamento ¿dónde dormiremos Ming Toy y yo? ¿Dónde? —dice la madre—. Pues en la cama ¿en qué otro sitio vas a dormir con tu esposa? Pero, entonces, ¿dónde dormirás vos si nosotros dormimos en la cama? ¿Estás segura de que hay sitio, mamá? Milty querido, por favor —dice la madre—, todo está bien, no te preocupes, habrá todo el sitio que quieras: en cuanto cuelgue el teléfono voy a suicidarme.


TRUMP ES UN FRAUDE A GRAN ESCALA, LA FATÍDICA SUMA DE SUS DEFICIENCIAS,
CARENTE DE TODO EXCEPTO DE LA IDEOLOGÍA HUECA DEL MEGALÓMANO

Charles McGrath, The New York Times Book Review, 26 de enero de 2018  

     Con la muerte de Richard Wilbur en octubre, Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) se convirtió en el decano del departamento de literatura de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, el augusto salón de la fama de Audubon Terrace, en el norte de Manhattan, que es a las artes lo que Cooperstown al béisbol. Recientemente, Roth entró a hacer compañía a William FaulknerHenry James y Jack London como uno de los pocos estadounidenses incluidos en la Biblioteca de la Pléiade. Además, la editorial italiana Mondadori está publicando su obra en la colección Meridiani de autores clásicos. Todas estas distinciones -que incluyen el premio español Príncipe de Asturias en 2012 y el nombramiento de comendador de la Legión de Honor francesa en 2013- parecen complacerlo al tiempo que divertirlo. “Mire esto”, me dijo el mes pasado mientras sostenía el volumen de Mondadori con su ornamentada encuadernación, grueso como una Biblia, que incluye títulos como El lamento de Portnoy y Zuckerman desencadenado. “¿Quién lee libros así?”
     Como es sabido, en 2012, al acercarse a los 80 años, Roth anunció que había dejado de escribir. (En realidad lo había hecho en 2010). En los años transcurridos desde entonces, ha dedicado parte del tiempo a dejar las cosas claras. Por ejemplo, escribió una larga y apasionada carta a Wikipedia rebatiendo la ridícula opinión de la enciclopedia de internet de que no había sido un testigo fiable de su propia vida. (Wikipedia acabó dando marcha atrás y reescribió su entrada).
     Roth también mantiene contacto frecuente con Blake Bailey, al que nombró su biógrafo oficial y que ya ha acumulado 1.900 páginas de notas para un libro que se prevé que sea la mitad de extenso. 
     Además, ha supervisado la publicación de Why Write? (¿Por qué escribir?), el último volumen de la edición de su obra en la Library of America. El libro, una especie de barrido final, un pulimento del legado, incluye una sección de ensayos literarios de las décadas de 1960 y 1970, el texto completo de El oficio -su colección de conversaciones y entrevistas con otros escritores, muchos de ellos europeos, de 2001-, y una sección de ensayos y conferencias de despedida, algunos de los cuales se publican por primera vez. No por casualidad, termina con una frase de dos palabras: “Aquí estoy”, entre tapas duras, claro está.
     Sin embargo, la mayor parte del tiempo, Roth lleva la tranquila vida de un jubilado del Upper West Side. (Su casa de Connecticut, en la que solía recluirse para los largos periodos de escritura, solo la usa en verano). Ve a amigos, va a conciertos, revisa su correo electrónico y ve viejas películas en Film Struck. No hace mucho recibió la visita de David Simon, creador de The Wire, que está realizando una miniserie en seis capítulos de La conjura contra América, tras la cual declaró que estaba seguro de que su novela estaba en buenas manos. Roth goza de buena salud, aunque ha tenido que someterse a varias operaciones debido a un recurrente problema de espalda, y parece feliz y satisfecho. Tiene una actitud pensativa, pero, aun así, cuando quiere es muy divertido.

     ¿QUÉ PIENSA DE LOS DÍAS QUE VIVIMOS?
     He entrevistado a Roth en diversas ocasiones a lo largo de los años, y el mes pasado le pregunté si podíamos volver a hablar. Como muchos de sus lectores, me preguntaba qué pensaba el autor de Pastoral americanaMe casé con un comunista y La conjura contra América del extraño periodo que vivimos actualmente. También tenía curiosidad por saber cómo pasaba el tiempo. ¿Se dedicaba a hacer sudokus? ¿Veía la televisión durante el día? Roth estuvo de acuerdo en que lo entrevistase, pero solo si lo podíamos hacer por correo electrónico. Necesitaba darse tiempo, me explicó, y meditar lo que quería decir.

     Dentro de unos meses cumplirá 85 años. ¿Se siente anciano? ¿Qué se siente al envejecer?
     Sí, dentro de unos meses dejaré la vejez para entrar en la vejez profunda y adentrarme cada día un poco más en el temible Valle de las Sombras. Me asombra encontrarme todavía aquí al final de cada día. Cuando me acuesto por la noche, sonrío y pienso: “He vivido un día más”. Y vuelve a ser asombroso despertarme ocho horas después y ver que ha llegado la mañana del día siguiente y sigo estando aquí. “He sobrevivido otra noche”, y la idea vuelve a hacerme sonreír. Me acuesto sonriendo y me levanto sonriendo. Estoy muy contento de seguir vivo. Es más, cuando sucede, como ha sucedido, semana tras semana y mes tras mes desde que empecé a beneficiarme de la Seguridad Social, produce la ilusión de que nunca se va a acabar, aunque, por supuesto, sé que puede acabar en un instante. Es algo así como jugar todos los días a un juego, un juego de alto riesgo, en el que, por ahora y contra todo pronóstico, voy ganando. Veremos cuánto me dura la suerte.

     Ahora que se ha retirado como novelista, ¿alguna vez echa de menos la escritura o piensa en abandonar su retiro?
     No, no lo pienso. La razón es que las condiciones que motivaron que dejase de escribir ficción hace siete años no han cambiado. Como digo en Why Write?, en 2010 tenía “la fuerte sospecha de que había dado lo mejor de mi trabajo, y que cualquier otra cosa sería inferior. Por entonces ya no estaba en posesión de la vitalidad mental, la energía verbal o la forma física para montar y sostener un gran ataque creativo de cualquier duración sobre una estructura compleja tan exigente como una novela. Todo talento tiene sus condiciones; su naturaleza, su finalidad, su fuerza; también su plazo, su ejercicio, su tiempo de vida…No todo el mundo puede ser productivo para siempre.

     Cuando mira atrás, ¿qué recuerda de sus más de cincuenta años de escritor?
     Euforia y lamentos. Frustración y libertad. Inspiración e incertidumbre. Abundancia y vacío. Salir disparado hacia delante y quedarte enredado por el camino. Día tras día, el repertorio de dualidades oscilantes que soporta todo talento, y también una tremenda soledad. Y el silencio. Cincuenta años en una habitación silenciosa como el fondo de un estanque, produciendo a duras penas -cuando todo iba bien- mi ración mínima diaria de escritura aprovechable.

     En Why Write? reedita su famoso ensayo "Escribir narrativa norteamericana", que sostiene que la realidad estadounidense es tan disparatada que casi supera la imaginación del escritor. Lo dijo en 1960. ¿Qué piensa ahora? ¿Alguna vez imaginó un Estados Unidos como el que vivimos hoy?
     Nadie que yo conozca imaginó un Estados Unidos como el que vivimos actualmente. Nadie (excepto tal vez el mordaz H.L. Mencken, que hizo la famosa descripción de la democracia estadounidense como "la veneración de los chacales por parte de los subnormales") podía haber imaginado que la catástrofe que se abatiría sobre Estados Unidos en el siglo XXI, el más degradante de los desastres, no llegaría, digamos, con la aterradora apariencia de un Gran Hermano orwelliano, sino en forma del siniestramente ridículo personaje de la commedia dell'arte del bufón presumido. ¡Qué ingenuo fui en 1960 al pensar que era un estadounidense que vivía una época absurda! ¡Qué curioso! Pero, ¿qué podía saber yo en 1960 de 1963, o de 1968, o de 1974, o de 2001, o de 2016?

     En estos momentos, su novela de 2004 La conjura contra América parece escalofriantemente profética. Cuando se publicó, hubo quien vio en ella un comentario sobre el Gobierno de Bush. Sin embargo, en aquella época no contenía ni de lejos tantas semejanzas como parece contener ahora.
     Por muy profética que La conjura contra América le pueda parecer, no cabe duda de que hay una enorme diferencia entre las circunstancias políticas que inventé en ella para los Estados Unidos de 1940 y la calamidad política que hoy en día nos produce tanta consternación. Es la diferencia entre la talla del presidente Lindbergh y la del presidente Trump. Puede que Charles Lindbergh, tanto en la vida real como en mi novela, fuese un verdadero racista, un antisemita y un supremacista blanco que simpatizaba con el fascismo, pero también era -debido a la extraordinaria hazaña de su vuelo transatlántico en solitario a los 25 años- un auténtico héroe estadounidense 13 años antes de que yo decidiese que ganase la presidencia. Históricamente, Lindbergh fue el valiente joven piloto que en 1927 cruzó el Atlántico volando, sin escalas, desde Long Island hasta París. En comparación, Trump es un fraude a gran escala, la fatídica suma de sus deficiencias, carente de todo excepto de la ideología hueca del megalómano.

     ESCRIBÍ MUCHO SOBRE LA TENTACIÓN SEXUAL DE LOS HOMBRES
     Uno de sus temas recurrentes ha sido el deseo sexual masculino y sus múltiples manifestaciones. ¿Qué piensa del momento que estamos viviendo, en el que tantas mujeres dan un paso al frente y acusan a tantos hombres con una importante imagen pública de acoso y abuso sexual?
     Como usted ha dicho, no soy un novelista ajeno a la furia erótica. Los hombres envueltos por la tentación sexual constituyen uno de los aspectos de la vida masculina sobre el que he escrito en algunos de mis libros. Hombres que responden a la insistente llamada del placer sexual, acosados por vergonzosos deseos y por la imperturbabilidad de la lujuria obsesiva, seducidos incluso por el atractivo del tabú. Durante décadas he imaginado un grupito de hombres inquietos poseídos por esas fuerzas tan abrasadoras con las que tienen que vérselas y negociar. He intentado no hacer concesiones al representar a esos hombres, cada uno con su manera de ser y de comportarse, excitados, estimulados, hambrientos en manos del fervor carnal y enfrentados a las múltiples disyuntivas psicológicas y éticas que plantean las exigencias del deseo. En los relatos de por qué, cómo y cuándo los hombres inflamados hacen lo que hacen no he rehuido los hechos, aun cuando no estuviesen en armonía con la imagen que una campaña de relaciones públicas masculina -en caso de que tal cosa existiese- probablemente preferiría. No me he adentrado solamente en la mente del hombre, sino también en la realidad de esos deseos incontrolables cuya obstinada presión puede amenazar la propia racionalidad con su persistencia, deseos a veces tan intensos que se pueden vivir incluso como una forma de locura. En consecuencia, ninguna de las conductas sobre las que he leído en la prensa últimamente, por extrema que fuera, me ha sorprendido.

     ME PASO EL DÍA LEYENDO HISTORIA
     Siempre ha sido conocido por trabajar jornadas larguísimas. Ahora que ya no escribe, ¿qué hace con tanto tiempo libre?
     Leo. Curiosamente o no, muy poca narrativa. Mientras trabajaba, me pasé la vida leyendo narrativa, enseñando narrativa, estudiando narrativa y escribiendo narrativa. Hasta hace siete años apenas pensaba en otra cosa. Desde entonces paso buena parte del día leyendo Historia, sobre todo historia de Estados Unidos, pero también de la Europa moderna. La lectura ha sustituido a la escritura, y es la parte más importante, el estímulo, de mi vida intelectual.

     ¿Qué ha leído últimamente?
     Parece que últimamente he cambiado de rumbo, y he leído una serie de libros heterogéneos. He leído tres libros de Ta-Nehisi Coates. De ellos, el más revelador desde un punto de vista literario es The Beautiful Struggle (La hermosa lucha), sus recuerdos del reto que supuso su padre en su infancia. Leyendo a Coates me enteré de la existencia del compendio de Nell Irvin Painter que lleva el provocador título de The History of White People (Historia de los blancos). Painter me devolvió a la historia estadounidense y leí Esclavitud y libertad en los Estados Unidos, de Edmund Morgan, un ensayo sumamente erudito sobre lo que el autor llama “el matrimonio entre la esclavitud y la libertad” tal como era en la antigua Virginia.
     Leer a Morgan me condujo por diversos vericuetos a leer los ensayos de Teju Cole, si bien no sin dar antes un considerable viraje con la lectura de El giro, de Stephen Greenblatt, que trata de las circunstancias del descubrimiento del subversivo manuscrito de Lucrecio De la naturaleza de las cosas en el siglo XV, lo cual me condujo a enfrentarme a la lectura de parte del largo poema del autor latino, escrito en algún momento del siglo I antes de Cristo, en la traducción en prosa de A.E. Stalllings. A partir de aquí seguí con la lectura de El espejo de un hombre, el libro de Greenblatt sobre cómo Shakespeare llegó a ser Shakespeare. Por qué camino llegué a leer y disfrutar de la biografía de Bruce Sprins- teen, Born to Run, solo lo puedo explicar diciendo que parte del placer de tener tanto tiempo a mi disposición para leer lo que cae en mis manos me reserva sorpresas inesperadas.

     DE UN LIBRO A OTRO
     Por correo electrónico me llegan a menudo copias de libros antes de su publicación, y así fue como descubrí Pogrom: Kishinev and the Tilt of History (Pogrom: Kishinev y el declive de la historia), de Steven Zipperstein. El autor describe pormenorizadamente los años de principios del siglo XX en los que la difícil situación de los judíos en Europa se volvió mortal en unas circunstancias que presagiaban cómo terminaría todo. Gracias a Pogrom descubrí The Jewish Century, un trabajo de historia interpretativa obra de Yuri Slezkine, que sostiene que “la era moderna es la era judía, y el siglo XX en particular, el siglo judío.
     He leído Impresiones personales, de Isaiah Berlin, sus ensayos biográficos sobre el elenco de personajes influyentes del siglo XX que conoció u observó. Contiene una breve aparición de Virginia Woolf con su aterradora genialidad, así como unas cuantas páginas especialmente absorbentes sobre el primer encuentro de Berlin con la magnífica poeta Anna Akhmatova una noche de 1945 en Leningrado, ferozmente bombardeada. Entonces ella había cumplido ya los 50 y estaba aislada, sola, despreciada y sufría la persecución del régimen soviético. Dice Berlin: “Tras la guerra, Leningrado no era para ella más que un vasto cementerio en el que yacían sus amigos… El relato de la inclemente tragedia de su vida iba mucho más allá de lo que cualquiera me hubiese descrito jamás con palabras habladas”. Conversaron hasta las tres o las cuatro de la madrugada. La escena es tan conmovedora como cualquier escena de Tolstoi.
     La semana pasada leí los libros de dos amigos. Uno es una inteligente biografía breve de James Joyce, de Edna O'Brien. El otro es Confessions of an Old Jewish Painter, la encantadoramente excéntrica autobiografía del gran artista R.B. Kitaj, uno de mis más queridos amigos, ya desaparecido. Muchos de mis buenos amigos han muerto. Algunos eran novelistas. Echo en falta sus libros en el correo electrónico. 


Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

viernes, 18 de mayo de 2018

PAUL AUSTER La carga de los ojos













TALLER PAUL AUSTER
(Newark, Nueva Jersey, EEUU, 3 de febrero de 1947)
DESDE UNA PIEDRA…


Desde una piedra
tocada a otra piedra
nombrada: capucha de tierra
o ascua inaccesible.
Dormirás aquí, voz
aferrada a la piedra, voz que cruza
esta casa vacía, atenta
al fuego que la destruyera.
Empezarás. A izar tu cuerpo
de las cenizas. A portar la carga
de los ojos.



Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

martes, 8 de mayo de 2018

JOSÉ EMILIO PACHECO Una forma de amor que sólo existe en silencio














TALLER JOSÉ EMILIO PACHECO
(México, 30 de junio de 1939 – 26 de enero de 2014)
CARTA A GEORGE B. MOORE
EN DEFENSA DEL ANONIMATO


No sé por qué escribimos, querido George.
Y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito. Es decir, lanzamos
una botella al mar, harto y repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la llevarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo.


Sin embargo, no es tan inútil esta mueca de náufrago.
Porque un domingo
usted me llama de Estes Park, Colorado,
me dice que ha leído cuanto está en la botella
(a través de los mares: nuestras dos lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
Después recibo un telegrama inmenso
(lo que se habrá gastado usted al enviarlo).
En vez de responderle o dejarlo en silencio
se me ocurrieron estos versos. No es un poema,
no aspira al privilegio de la poesía
(no es voluntaria).
Y voy a usar, así lo hacían los antiguos,
el verso como instrumento de todo aquello
(relato, carta, drama, historia, manual agrícola)
que hoy decimos en prosa.


Para empezar a no responderle,
no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,
dejo a otros el comentario, no me preocupa
(si alguno tengo) mi lugar en la historia.
(Tarde o temprano a todos nos espera el naufragio.)
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora
harán o no el poema que tan sólo he esbozado.


No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que algún desconocido pueda verse en mi espejo.
Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa-
corresponde a los versos, no al autor de los versos.
Si de casualidad es un gran poeta
dejará cuatro o cinco poemas válidos,
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.


Extraño mundo el nuestro: cada día
le interesan cada vez más los poetas;
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas o pleitos con los demás payasos del circo,
tiene asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.


Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en silencio,
en un pacto secreto entre dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace mucho tiempo en editar una revista.
Iba a llamarse “Anonimato”.
Publicaría no firmas sino poemas;
se haría con poemas, no con poetas.
Y yo quisiera como el maestro español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.
Si le gustaron mis versos
qué más da que sean míos / de otros/ de nadie.
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.


Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. -


sábado, 5 de mayo de 2018

ROBERT WALSER Vino la lluvia y difuminó la imagen










TALLER ROBERT WALSER
(Suiza, 1878 – 1956)
EXTRAÑA CIUDAD

     Érase una vez una ciudad. Sus habitantes eran simples muñecos. Pero hablaban y caminaban, tenían sensibilidad y movimiento y eran muy corteses. No se limitaban a decir “buenos días” o “buenas noches”, sino que también lo deseaban, y de todo corazón. Tenía corazón aquella gente. Y eso que era gente de ciudad por los cuatro costados. Suavemente -y a regañadientes, como quien dice- se habían desprendido de su componente rústico y grosero. Su corte de ropa y su comportamiento eran de lo más refinado que un hombre de mundo o un sastre profesional hayan podido imaginar jamás.
     Nadie llevaba ropa vieja o raída ni excesivamente holgada. El buen gusto había impregnado a cada uno de los habitantes, no existía eso que llaman plebe, todos eran perfectamente iguales en cuanto a modales y educación, sin ser, no obstante, parecidos, lo que sin duda hubiera sido aburrido. En la calle sólo se veía, pues, gente bella y elegante, de noble y desenvuelto porte. La libertad era algo que sabían manipular, dirigir, frenar y conservar con sumo refinamiento. De ahí que nunca se produjeran transgresiones relacionadas con la moral pública. Y menos aún ofensas a las buenas costumbres. Las mujeres, sobre todo, eran estupendas. Su vestimenta era tan fascinante como práctica, tan hermosa como seductora, tan decorosa como atractiva. ¡La moralidad seducía! Por la noche, los jóvenes salían de paseo detrás de esa seducción, lentamente, como soñando, sin caer en movimientos presurosos ni ávidos. Las mujeres iban vestidas con una especie de pantalones, unos pantalones de encaje, por lo general blancos o celestes que, por arriba, terminaban en un talle muy ceñido. Los zapatos eran altos y de color, del cuero más fino. ¡Era una delicia ver cómo los botines se ajustaban a los pies y luego a la pierna, y cómo ésta sentía que algo precioso la ceñía y los hombres sentían que la pierna lo sentía! Llevar pantalones ofrecía la ventaja de que las mujeres ponían su espíritu y lenguaje en su forma de andar, que, oculta bajo la falda, se siente menos juzgada y observada.
     Todo era, en general, un sentir único. Los negocios iban de maravilla, porque la gente era despierta, activa y honesta. Era honesta por educación y buen tipo. Complicarse unos a otros esa hermosa y fácil existencia no les hacía ninguna gracia. Dinero había suficiente y para todos, pues todos eran tan juiciosos que pensaban antes que nada en lo necesario, y todos facilitaban a todos el acceso al buen dinero. Domingos no había, como tampoco una religión por cuyos dogmas pudieran disputarse. Los lugares de esparcimiento eran las iglesias, en las que se reunían para meditar. El placer era para aquella gente una cosa sagrada, profunda. Que permanecían puros en el placer era algo evidente, pues todos tenían la necesidad de hacerlo. Poetas no había. Los poetas no hubieran podido decir nada nuevo ni edificante a gente así. También brillaban por su ausencia los artistas profesionales, pues la habilidad para cualquier tipo de arte se hallaba ampliamente difundida. Es bueno que los hombres no tengan necesidad de artistas para ser gente artísticamente despierta y talentosa. Y aquellos lo eran, porque habían aprendido a proteger y utilizar sus sentidos como algo precioso. No necesitaban buscar giros lingüísticos en los diccionarios porque ellos mismos poseían una sensibilidad fina, fluida, alerta y vibrante. Hablaban bien dondequiera que tuviesen la oportunidad de hacerlo; dominaban el idioma sin saber cómo habían llegado a hacerlo. Los hombres eran bellos. Su comportamiento se correspondía con su educación. Muchas eran las cosas que se deleitaban y ocupaban, pero todo guardaba relación con el amor por las mujeres bellas.
     Todo quedaba enmarcado en una relación delicada y ensoñadora. Se hablaba y pensaba con gran sensibilidad sobre cualquier cosa. Los asuntos financieros eran abordados con mayor tacto, nobleza y sencillez que hoy en día. No existían las denominadas cosas sublimes. Imaginarse alguna hubiera sido intolerable para aquella gente, sensible a la belleza del mundo existente.
     Todo cuanto ocurría, ocurría con intensidad. ¿Sí? ¿De veras? ¡Qué tonto soy! No, no hay nada cierto de aquella ciudad y aquella gente. No existen. Son pura y simple invención. ¡Muévete, muchacho!
     Y el muchacho salió a pasear y se sentó en el banco de un parque. Era mediodía. El sol brillaba a través de los árboles y salpicaba manchas en el camino, en las caras de los paseantes, en los sombreros de las damas, sobre el césped: era un sol muy travieso. Los gorriones retozaban saltarines, y las niñeras empujaban sus cochecitos. Era como un sueño, como un simple juego, como un cuadro. El muchacho apoyó la cabeza en el codo y se integró en el cuadro. Poco después se levantó y se fue. Claro que esto es asunto suyo. Luego vino la lluvia y difuminó la imagen.


Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-