martes, 16 de noviembre de 2021

AURORA VENTURINI Mala época es la infancia



AURORA VENTURINI 
JOVITA, LA OSA

    Mala época es la infancia. De no ser por Jovita no lo mentaría.
    “Esta chica es negra como los hijos de los gitanos”, decía refiriéndose a mí la gente de la casa.
    Peinaba entonces dos trencitas delgadas que ataba con tiritas en las puntas, vestía de cualquier manera con una pollera roja, una blusa amarilla; me veo en verano, en introspección, aunque veo a veces los pedazos de hielo que rompía con el pie descalzo en el zanjón helado.
    “Miren, a la gitana negra le molestan los zapatos”.
    Oía a la gente de la casa decir entre otras cosas: “Es flaca como las cañas porque no come, rabia solamente como los hijos de los gitanos”.
    Cuando llegaban tíos de la ciudad me ocultaba bajo la cama. Especialmente cuando tía Cutícula venía con sus uñas terribles y dedicaba horas al sol en el patio arreglándose la cutícula de los dedos, los bordes o márgenes del ungulado animal raro que era. Seguía el vaivén de la limita, del alicate y el baño de acetona. Cutícula me odió particularmente.
    “Boba, ¿qué me mirás?”
    Le grito: “¡Gallina, gallina vieja del gallinero!...”.
    La gente de la casa surgía de los despeñaderos o subían desde los abismos, las garras prontas, pero yo huía ocupando mi sitio bajo el lecho de madera.
    “Salí de ahí, salvaje”.
    A mi vez yo hacía garritas y asomaba dientes de lobizona, dos hileras perfectas, cerradura de marfil peligrosa.
    Las mujeres de la casa esgrimían escobas y cepillos y los introducían en el escondrijo para obligarme a emerger a la superficie del mundo. Cuando los adminículos domésticos no asolaban mi persona, las mujeres apreciaban horrendos deterioros de escoba sin paja y cepillo enclenque. Iban a disculparse con     Cutícula que estilizaba su último dedote.
    Al azotar la canícula, ellos sesteaban y yo me dirigía al gallinero donde las aves del corral me aguardaban –puedo conversar con los animales y aún conservo ese poder–. Vivía en el gallinero la verdadera Cutícula, anciana gallina, cuyas uñas idénticas a las de mi tía valieron a ésta el mote; pero     Cutícula emplumada atesoró un corazoncito bueno como el aire matutino cuando las uvas transparentan licor.
    “Mi vida peligra; cortarán mi cuello, cocinarán mi carne en puchero y beberán caldo ámbar y gordo... ¿qué es morir? ¿Duele morir de un tajo en la garganta?”
    “No, contesté, tal vez sea peor morir a largo plazo.”
    “Niña, vos sufrís, desahogate conmigo.”
    Cutícula emplumada descendía de nobles gallináceas peninsulares de Hispania y yo lloré enseguida porque la ternura me sensibiliza.
    Me horrorizaba pensar en la carne de mi gallinita generosa nutriendo a la jamona vieja y eso espantaba más que la muerte en sí, más temprano o más tarde todos nos moriremos; qué horror la imagen imaginada de la asquerosa vieja mordiendo el muslo del animalito y bebiendo carne de oro con arroz y con queso.
    “Hagan huelga de hambre como Hansel y Gretel, y cuando la bruja ordene que le muestren el dedito carnoso palpará un hueso y pospondrá el festín”.
    No aceptaron.
    No almorzaba con la gente de la casa, pues me avergonzaron en ocasiones cuando me huía la naranja del cuchillo y el tenedor, cuando no podía comer el pavo con cubiertos, diciendo: “Miren la boba, es una salvaje inútil”.
    Con uvas, higos, manzanas y granadas satisfacía mis hambrunas, y a orillas del laguito bebía espejando mi estampa morena y fina. Las ranas verdes cantaron: “Nena morena y aguileña, puro ojos, ¿por qué tenés sucias las rodillas?”.
    “Porque me gusta caminar en cuatro patas y no me lavo a propósito para enojarlos”.
    “Te vas a morir, negra, si no comés... Mejor así no molestará, negra de los gitanos.”
    Una mañana escuché los lamentos, luego el silencio rojioscuro de coágulo, denso terciopelo carmesí: vi la cacerola ardiente, las queridas patitas de mi Cutícula tiradas en el piso de la cocina y una mariposa que se fue por el ventiluz, su alma errante.
    Devoró la maldita vieja los dos muslitos agarrándolos con sus dedotes, pintó bigotones grasos en el labio superior la muy boba; engulló la vil bruja, tragó interminables rías de caldo por su garguero, cubierto de golilla para ocultar arrugas. Sepulté las plumas y las patitas y coloqué una corona de flor de ángel en la tumba del poquito que salvé de mi amiga devorada por el dragón.
    Desde debajo de la cama oí los carromatos que avanzaban por la calle de tierra, sobre el polvo ocre del suburbio; cantos de ruedas y voces. ¡Los gitanos...! y divisé a Jovita aunque aún no sabía su nombre. Nadie en el contorno. Yo espié. Alegué a la puerta y la gitana de cuerpo territorial me llamó:     “Vente con nosotros, churumbela, tú eres de los nuestros”.
    Salté al carro de la gitana tetona donde viajaban chicas como yo, flacas y con trencitas, y chicos de rodillas sucias.
    “¿Adónde van?”
    “Ahí nomás acampamos.”
    “Qué pena...”
    La gente de la casa no tardará en encontrarme. Desembalaron en los terrenos atando lazos y sogas, desplegando carpas y tendieron colchones de sedosas plumas de pájaros viajeros, pájaros zíngaros de los aires libres; los hombres conversaron con los caballos y con los perros poniendo boca en oreja “turulú-lu-lú”, y los caballos andaban sin brida, también hablaron con los perros y con Jovita.
    En familia almorcé envolturas de hojas de parra, higos chumbos de chumberas españolas, vianda al espiedo ensartada en varilla ardiente, sin quemarme, sin que nadie dijera que era una boda inútil.
    A la noche dormí sumergida en el agujero de colchoneta, tocando los pies de otra chica negra con trencitas.
    Los grillos salmodiaban y el perfume mareante del verano veló el silvestre sueño; emergía al alba.
    Jovita, la osa, aún dormitaba cubriéndose los ojos con las manos, cuyas uñas recordaron la de mi buena Cutícula.
    Al descubrir mi presencia, se sentó pancita arriba, una pancita amarilla de dulce peluchín o plumón en el cuero de la señorona y empezamos a charlar.
    “Todavía tenés sueño, nena”.
    Me acerqué tocando el fieltro, el terciopelo, la luz cálida.
    Dormí hasta el mediodía en el colchón del vientre de Jovita, osa cancionera, que moduló mi arrorró. Al despertar, había dos soles rojos que me auscultaban y eran los ojillos amorosos de Jovita. 








En Cuentos secretos, Tusquets Editores, Buenos Aires, noviembre de 2021 (primera edición 2015) / 
Aurora Venturini (La Plata, 20 de diciembre de 1921 – 18 de noviembre de 2015) / Fotos: jmp

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. - 

miércoles, 10 de noviembre de 2021

FRANZ KAFKA Érase un buitre



EL BUITRE

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía su obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
–Estoy indefenso –le dije–, vino y empezó a picotearme, yo le quise espantar y hasta pensé retorcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
–No se deje atormentar –dijo el señor–, un tiro y el buitre se acabó.
–¿Le parece? –pregunté–, ¿quiere encargarse usted del asunto?
–Encantado –dijo el señor–; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿puede usted esperar media hora más?
–No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí–: por favor, pruebe de todos modos.
–Bueno –dijo el señor–, voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.


En El buitre, Ediciones Librería La Ciudad, Buenos Aires, 1979. Traducción: JLB. 
Franz Kafka  (Praga –hoy República Checa-, Imperio austrohúngaro, 3 de julio de 1883 - Kierling, Austria, 3 de junio de 1924). Escribe en alemán. / Foto: jmp

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

martes, 9 de noviembre de 2021

MARCO DENEVI La literatura



TALLER MARCO DENEVI 
(Sáenz Peña, Buenos Aires, 12 de mayo de 1922 – Buenos Aires, 12 de diciembre de 1998) 
LA LITERATURA

En la corte de Alcinoo, rey de los feacios, un aedo de nombre Demódoco canta las hazañas de los griegos de Troya.
Los jóvenes escuchan. Cuando Demódoco termina su relato, comentan en voz alta:
-Los versos, bien medidos.
-Las metáforas, brillantes y vigorosas.
-El lenguaje, adecuado a las situaciones.
-Esto, en cuanto a la forma. Analicemos ahora el fondo.
-Sobresaliente, a mi juicio, el retrato de Agamenón.
-Gracioso el episodio de Tersites.
-Inverosímil, en cambio, el ardid del caballo de madera.
-La muerte de Patroclo me hizo llorar.
-La sobrepasa en patetismo la de Héctor.
-Pues, ¿y la lamentación final de Príamo?
Entre los oyentes hay un extranjero que permanece silencioso. Nadie sabe quién es. Es Ulises.
Y Ulises piensa: "¿Qué es lo que ha cantado Demódoco? ¿A qué Troya se ha referido, a qué griegos? No he reconocido a nadie. Aquellos sudores, aquellas lágrimas, aquellos olores, aquellas voces, aquel fuego, aquel dolor, aquel miedo, ¿dónde están? Ha balbuceado una estúpida parodia. Ahora sabrán estos jóvenes lo que fue Troya".
Ulises comienza a hablar. Pero en seguida el auditorio lo interrumpe de mal talante:
-Cállate, extranjero. Y cesa de falfullar ese galimatías. Tu guerra de Troya se parece más a una riña de gallos que a una contienda entre héroes. Luego del divino canto de Demódoco, ¿pretendes tú emularlo con semejante ristra de disparates?

(Omar Denice: Apostillas a los clásicos. Madrid, 1945.)


En Falsificaciones, Corregidor, Buenos Aires, tercera edición 1977 (primera de 1966) / Foto: jmp
Marco Denevi (Sáenz Peña, Buenos Aires, 12 de mayo de 1922 – Buenos Aires, 12 de diciembre de 1998) 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-