El silencio del
otoño entre la arboleda del crepúsculo.
El pálido silencio
del agua rameada, gris, bajo la última ceniza.
Apenas, muy apenas,
la frágil despedida
de algunas hojas.
Por calles de
sueños fuimos hacia la arboleda
en el anochecer del
arrabal.
Angustia solitaria,
casi trágica, la del anochecer del arrabal.
Y el silencio del
otoño entró en el sueño,
en el duermevela
prolongado.
Y surgiste, tú,
rostro de madre,
surgiste del
silencio del otoño,
de la no todavía
muerte de la tierra.
De un silencio de
árboles obscuros contra el crepúsculo
y de ramas hundidas
en un más allá líquido, surgiste.
No, no, la tierra
atraía todo el sueño del cielo
y me devolvía un
rostro casi perdido.
La sonrisa
iluminada no se había apagado en la noche de las raíces.
Y tu voz, madre
mía, siempre sabia para la tristeza o la inquietud sin nombre.
Y tus ojos que
veían cosas hostiles en torno de nosotros…
Me hablaste y no
eras tú, madre, la que me hablaba.
Por qué en el sueño
tu voz perdió de pronto los límites queridos?
Era la otra madre,
sí, la que me hablaba con palabras sin formas y de una profundidad infinita
pero a las cuales una íntima luz que nacía del sueño
iba dando su
consentimiento y su adhesión.
Y fue el juramento
luego de todo el ser:
la absoluta
fidelidad al destino de esta madre,
iluminado como un
arcoiris en el cielo del sueño,
en el cielo del
sueño cerrado por el silencio del otoño.
De
“El álamo y el viento” (1947), en “Obra Completa”, Centro de Publicaciones,
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 1996.
Juan
Laurentino Ortiz nació el 11 de junio de 1896 en Puerto Ruiz, cerca de
Gualeguay (Entre Ríos),
ciudad donde vivirá hasta 1942 cuando se muda a Paraná.
Murió el 2 de septiembre de 1978.
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-
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