TALLER SAMANTA SCHWEBLIN (Buenos
Aires, 1978)
MUJERES DESESPERADAS
(De El núcleo del disturbio)
Parada en el medio de la ruta Felicidad
ha creído ver, en el horizonte, el débil reflejo de las luces traseras del
auto. Ahora, en la oscuridad cerrada del campo, sólo se distinguen la luna y su
vestido de novia. Sentada sobre una piedra junto a la puerta del baño concluye
que no tendría que haber tardado tanto. Desprende del tul algunos granos de
arroz. Apenas puede adivinar el paisaje: el campo, la ruta y el baño.
Quiere llorar, pero todavía no puede.
Corrige los pliegues del vestido, se mira las uñas, y contempla, cada tanto, la
ruta por la que él se ha ido. Entonces algo sucede:
-No vuelven- dice una mujer.
Felicidad se asusta y grita. Por un
segundo cree encontrarse frente a un fantasma. Intenta controlarse, pero el
cuerpo no deja de temblarle. Mira a la mujer: nada parece sobresaltarla, tiene
una expresión vieja y amarga, aunque conserva entre las arrugas grandes ojos
claros y labios de perfectas dimensiones.
-La ruta es una mierda- dice la mujer.
Saca de su bolsillo un cigarrillo, lo enciende y se lo lleva a la boca- Una
mierda. Lo peor…
Una luz blanca aparece en la ruta, las
ilumina al pasar, y se esfuma con su tono rojizo.
-¿Y qué? ¿Vas a esperarlo?- dice la mujer.
Ella mira el lado de la ruta por el que,
de volver su marido, vería aparecer el auto, y no se anima a responder.
-Nené- dice la mujer, y le ofrece la mano.
Ella extiende con duda la suya y se
saludan. Los movimientos de Nené son firmes y fuertes.
-Mirá- dice Nené; se sienta junto a
Felicidad- voy a hacértela corta- pisa el cigarrillo apenas empezado, enfatiza
las palabras- se cansan de esperar y te dejan. Eso es todo. Parece que esperar
es algo que no toleran. Entonces ellas lloran y los esperan… Y los esperan… Y
sobre todo, y durante mucho tiempo: lloran, lloran y lloran todavía más.
Aunque lo intenta, Felicidad no logra
entenderla. Está triste, y cuando más necesita del apoyo fraternal, cuando sólo
otra mujer podría comprender lo que se siente tras haber sido abandonada junto
a un baño de ruta, ella sólo cuenta con esa vieja hostil que antes le hablaba y
ahora le grita.
-¡Y siguen llorando y llorando durante
cada minuto, cada hora de todas las malditas noches!
Felicidad respira profundamente, sus ojos
se llenan de lágrimas.
-Y meta llorar y llorar… Y te digo algo:
esto se acaba. Estoy cansada, agotada de escuchar a tantas estúpidas desgraciadas.
Y una cosa más te digo… -se interrumpe, parece dudar, y pregunta- ¿Cómo dijiste
que te llamabas?
Ella quiere decir Felicidad, pero se traga
el llanto, hipando.
-Hola… ¿Te llamabas…?
-Fe, li…- trata de controlarse. No lo
logra, pero resuelve la frase- cidad.
-No, no, no. Ni se te ocurra. Por lo menos
aguantá algo más que las demás.
Felicidad empieza a llorar.
-No. No voy a seguir soportando esto. No
puedo. ¡Felicidad!
Ella fuerza una respiración ruidosa y
retiene el llanto, pero enseguida la situación le es insostenible y todo vuelve
a empezar.
-No puedo creer, que él…- respira- que me
haya…
Nené se incorpora, mira a Felicidad con
desprecio y se aleja furiosa, campo adentro. Ella intenta contenerse, pero al
fin se descarga:
-¿Desconsiderada!- le grita, pero después
se incorpora y la alcanza- espere… No se vaya, entienda…
Nené camina ignorándola.
-Espere- Felicidad vuelve a llorar.
Nené se detiene.
-Callate- dice- ¡Callate tarada!
Entonces Felicidad deja de llorar y Nené
le señala la oscuridad del campo.
-Callate y escuchá.
Ella traga saliva. Se concentra en no
llorar.
-Bueno, ¿y? ¿Lo sentís?- mira hacia el
campo.
Felicidad la imita, intenta concentrarse.
-Lloraste demasiado, ahora hay que esperar
a que se te acostumbre el oído.
Felicidad hace un esfuerzo, tuerce un poco
la cabeza. Nené espera impaciente a que ella al fin comprenda.
-Lloran…- dice Felicidad, en voz baja,
casi con vergüenza.
-Sí. Lloran. ¡Sí, lloran! ¡Lloran toda la
maldita noche! ¿No me vez la cara? ¿Cuándo duermo? ¡Nunca! Lo único que hago es
oírlas todas las malditas noches. Y no voy a soportarlo más, ¿se entiende?
Felicidad la mira asustada. En el campo,
voces y llantos de mujeres quejumbrosas repiten a gritos los nombres de sus
maridos.
-¿Y a todas las dejan?
-¡Y todas lloran!- dice Nené.
Entonces gritan:
-¡Psicótica!
-¡Desgraciada, insensible!
Y otras voces se suman:
-¡Dejános llorar, histérica!
Nené mira hacia todos lados. Grita al
campo:
-¿Y que hay de mí…? ¿Qué hay de las que
hace más de cuarenta años que estamos acá, también abandonadas, y tenemos que
oír sus estúpidas penitas todas las malditas noches? ¿Eh? ¿Qué hay?
-¡Tomate un calmante! ¡Loca!
Felicidad mira a Nené y comprende cuánto más
grande es la tristeza de aquella mujer comparada con la suya. Nené se muerde
los labios y niega. En el campo los gritos son cada vez más violentos.
-¡Vení, turrita!; ¡vení y da la cara!
-Vení, dale. A ver cuanto te dura esta
nueva amiguita…
-¡Dónde estás vieja! ¡Hablá infeliz!
-¡Cuando vos ya estabas acá llorando
nosotras todavía salíamos con ellos desgraciada!
Algunas voces dejan de gritar para reírse.
Nené se deja caer y se sienta resignada.
-¡Déjenla en paz!- dice Felicidad. Se
acerca a Nené y la abraza como se abraza a una niña.
-Hay… Que miedo…- dice una de las voces-
así que ahora tenés compañerita…
-Yo no soy compañerita de nadie- dice
Felicidad- sólo trato de ayudar…
-Ay… Solo trata de ayudar…
-¿Saben por qué la dejaron en la ruta?
-¡Por qué es una morsa flaca!
-No, la dejaron porque…- se ríen- …porque
mientras ella se probaba su vestido de novia, nosotras ya nos acostábamos con
su maridito…- vuelven a reírse.
Las voces se escuchan cada vez más cerca.
Es un griterío donde es difícil separar a las que lloran de las que se ríen.
-¡Porqué no se callan, cotorras!- grita
Nené.
-¡Ya te vamos a agarrar, turra!
Felicidad siente bajo los pies el temblor
de un campo por el que avanzan cientos de mujeres desesperadas. Nené comienza a
retroceder hacia la ruta. Felicidad la sigue.
-¿Cuántas son…?- pregunta.
-Muchas- dice Nené- demasiadas.
Pero Felicidad no puede escucharla, los
insultos son tantos y están ya tan cerca que es inútil responder o tratar de
llegar a un acuerdo.
-¿Qué hacemos?- insiste Felicidad.
Entonces Nené adivina en ella los signos
contenidos del llanto.
-No se te ocurra llorar- le dice.
Retroceden cada vez más rápido. Ya casi
están sobre la ruta. A lo lejos, un punto blanco crece como una nueva luz de
esperanza. Felicidad piensa ahora, por última vez, en el amor. Piensa para sí
misma: que no la deje, que no la abandone.
-Si para nos subimos- grita Nené.
-¿Qué?
Ya están cerca del baño.
-Que si el auto para…
El murmullo las sigue y ya parece estar
sobre ellas. No alcanzan a verlas, pero saben que están ahí, a pocos metros. El
coche se detiene frente al baño. Nené se vuelve hacia Felicidad y le ordena que
avance, y sin acercarse demasiado, oculta aún en la oscuridad, espera a que la
mujer se baje para sentarse ella y obligar al hombre a conducir. Pero el que se
baja es él. Con las luces recortando el camino aún no ha visto a las mujeres y
baja apurado agarrándose la bragueta. Entonces el barullo aumenta. Las risas y
las burlas se olvidan de Nené y se dirigen exclusivamente a él. Se detiene pero
ya es tarde; en sus ojos el espanto de un conejo frente a las fieras. Mientras,
Nené rodea el auto para subir del lado del conductor, pero cuando intenta abrir
la puerta se encuentra con que la mujer ha puesto las trabas de seguridad.
-¡Abra, vamos! ¡Tenemos que subir!- dice
Nené mientras forcejéa la puerta.
-Si se quiere bajar dejála- dice
Felicidad- por ahí ellos sí se quieren.
Desde el interior del coche la mujer grita
qué quieren, de dónde vienen, una pregunta tras otra. Nené grita y golpea
desesperada los vidrios:
-¡Abrí, nena! ¡Abrí!
La mujer se cambia de asiento y enciende
el motor. El hombre escucha el automóvil pero no se vuelve para mirar. Está
absorto y parece adivinar, en la oscuridad, la masa descomunal de mujeres que
corren hacia él.
-¡Abrí, tarada!- Nené golpea los vidrios
con los puños, forcejea la manija de la puerta.
Detrás, Felicidad mira al hombre y a Nené,
al hombre y a Nené. La mujer acelera nerviosa haciendo patinar las ruedas. Nené
y Felicidad retroceden. Parte del auto cae a la banquina y las salpica de
barro. Al fin las ruedas vuelven a morder el asfalto y el auto se aleja.
Aunque tras ellas los gritos de las
mujeres continúan, el reflejo anaranjado de las luces traseras alejándose
parece sumirlas en una silenciosa tristeza. A Felicidad le hubiese gustado
abrazar a Nené, apoyarse en su hombro al menos. Es entonces cuando pequeños
pares de luces blancas comienzan a iluminar el horizonte.
-¡Vuelven!- dice Felicidad.
Pero Nené no responde. Enciende un
cigarrillo y contempla en la ruta los primeros pares de luces que ya están casi
sobre ellas.
-¡Son ellos!- dice Felicidad- se arrepintieron
y vuelven a buscarnos…
-No- dice Nené, y suelta una bocanada de
humo- son ellos, sí; pero vuelven por él.
Los textos forman parte de
estudio en ejercicios de taller. –