domingo, 8 de abril de 2018

ALEJANDRA PIZARNIK Carta a Amelia Biagioni













TALLER ALEJANDRA PIZARNIK
(Buenos Aires, 1936-1972)
CARTA A AMELIA BIAGIONI
(1916-2000)


Buenos Aires, 18/XI/67

Querida Amelia:

     Mil gracias por EL HUMO (1967). Vengo de él y no logro encontrar una frase para destinarle; digo una frase como un manto real que a la vez fuera un manto de arpillera, una frase vestida de princesa pero mendiga.

     Por cierto que el primer gesto, al acabar tu libro –hace un minuto- ha sido colocarlo entre los libros que voy a releer -no hay muchos- porque EL HUMO me sedujo tanto que siento, simultáneamente, deseos de conocer -es imposible, lo sé, pero justamente- por qué y cómo y de qué manera. Por otra parte, la seducción se despliega en diversas gamas: el poema de la pág. 51, por ejemplo, es la seducción del misterio musical del lenguaje, o mejor, la magia hipnótica que me obligó a leerlo en voz viva.

(“Y ardiendo / acuden / las lenguas bífidas, / las rojas sibilas / ardiendo guay, / consumen, / las sibilas púrpuras, / las lenguas miserere / consuman, / ardiendo amén, / las lenguas encarnadas, / las perversas y santas inocentes, / ardiendo azules, / mentidas hasta el gris, / hasta gris verídicas, / ardiendo...”)

No es el único dotado de ese poder pero sí el más extremo.
     Esta mención te hará sonreír, acaso. ¿Cómo frente a cosas tan terribles, hablo de seducción y me complazco en magias “externas” -según algunos-? Precisamente, porque son terribles, y porque el lenguaje se les resiste y las traiciona, e incluso las anula, por eso, justamente, me impresionó doblemente tu libro. Precisamente, porque cada verso y cada palabra han sido llevados –padecidos- hasta su máxima tensión, y con toda la carga de sus sentidos plurales, estos poemas son un lugar -o un espacio- de reunión. Por eso, imagino, invocas a la dura poesía

(poema “Oh tenebrosa fulgurante”, pág. 65, donde doce: “Oh tenebrosa fulgurante, impía / que reinas entre cábala y quimera, / oh dura poesía / que hiciste mi imprevista calavera.”)

con términos lujosos y trágicos como si fuera la muerte; y por eso, imagino, ser poeta es, entre otras cosas, poseer esta virtud -sinónimo de “la condena”

 (“La condena”, poema de pág. 63, Biagioni describe el destino de Sísifo del poeta solitario que finalmente escucha otra voz “…Y reanudamos / la condena, cantando en el infierno”),

naturalmente- de adueñarse de la máxima paradoja -aquella que el viejo amigo Kierkegaard considera un escándalo. Paradoja que consistiría en que el más solitario, por obra y gracia de “alados Discursos”, crea un lugar -el poema- en donde otros solitarios se reúnen, se reconocen -en tanto afuera llueve y es invierno-. Tus poemas fueron siempre para mí lugares pero nunca lo fueron como ahora, gracias por EL HUMO. Incluso llegué a preguntarme cómo mantenés la estructura perfecta y acabada si detrás, a tan pocos pasos, acecha el ángel de lo absoluto, opuesto al de los “ojos con límites”. No sé, por cierto, responder, pero celebro tener que preguntarlo. Tampoco quiero resumirte los temas porque no soy profesora -quizá sea una desgracia, lo digo en serio- y sobre todo porque me son demasiado entrañables. Hay alguno, quizá el más terrible o el más intimidante, que alude al doble o a la sombra o al espejo o al quién soy

(Las instancias de desdoblamiento son varias en este libro, por ejemplo en “la Soterrada”, pág. 67: “…De vez en cuando baja mi alma a darme / cucharadas de fuego”),

que aparece transfigurado como enorme valentía y hermosura (por supuesto que es facilísimo luchar en la guerra comparado con ese descenso al infernal encuentro con la otra o con las otras).
Y no continúo, porque hay que hablar menos y releer más. Dura poesía y duro oficio de servirla pero vos no necesitás temer aquella alusión de Mateo XXX, 25 -o acaso era XXV, 30-.

(Se trata, en efecto, del pasaje de Mateo, XXV, 30, que corresponde a la parábola del servidor desleal. Este, en vez de hacer fructificar el talento (suma de dinero) que su amo le deja antes de emprender un largo viaje, lo entierra y lo devuelve sin acrecentamiento. Por eso será castigado y arrojado a “la tiniebla exterior, donde se oye crujir y rechinar de dientes”, según el evangelista. Es muy probable que Pizarnik conociera esta cita evangélica a partir del famoso poema de Borges (1953) que se titula precisamente “Mateo, XXV, 30” donde el escritor transpone la noción del talento a la totalidad de dones que la vida a conferido al poeta y que sin embargo se han desperdiciado. Ahí concluye, de una manera a la vez terrible y melancólica: “En vano te hemos prodigado el océano, / En vano el sol, que vieron maravillados los ojos de Whitman: / Has gastado los años y te han gastado / Y todavía no has escrito el poema.”).

     Gracias de nuevo y recibí mi mucha admiración y abrazo.
Alejandra


Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

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