“…desconfía
del adverbio.
Recordarás,
por las clases de lengua, que el adverbio es una palabra que modifica un verbo,
adjetivo y otro adverbio. Son las que acaban en –mente. Ocurre con los
adverbios como con la voz pasiva, que parecen hechos a la medida del escritor
tímido. Cuando un escritor emplea la voz pasiva, esta suele expresar miedo a no
ser tomado en serio. Es la voz de los niños que se pintan bigotes con betún, y
de las niñas que intentan caminar con los tacones de mamá.
Mediante
los adverbios, lo habitual es que el escritor nos diga que tiene miedo de no
expresarse con claridad y de no transmitir el argumento o imagen que tenía en
la cabeza.
Examinemos
la frase: “cerró firmemente la puerta”.
Reconozco
que no es del todo mala (al menos tiene la ventaja de un verbo en voz activa),
pero pregúntate si es imprescindible el “firmemente”. Me dirás que expresa un
grado de diferencia entre “cerró la puerta” y “dio un portazo”, y no es que
vaya a discutírtelo… pero ¿y el contexto? ¿Qué decir de toda la prosa
esclarecedora (y hasta emocionante) que precedía a “cerró firmemente la
puerta”? ¿No debería informarnos de cómo la cerró? Y, si es verdad que nos
informan de ello las frases anteriores, ¿no es superflua la palabra
“firmemente”? ¿No es redundante?”
“Ya
oigo a alguien acusándome de pesado. Lo niego. Creo que de adverbios está
empedrado el infierno, y estoy dispuesto a vocearlo desde los tejados. Dicho de
otro modo: son como el diente de león. Uno en el césped tiene gracia, queda
bonito, pero como no lo arranques, al otro día encontrarás cinco, al otro
cincuenta… y a partir de ahí, amigos míos, tendrán el césped, “completamente”,
“avasalladoramente” cubierto de dientes de león. Entonces los verán como lo que
son, malas hierbas, pero entonces, ¡ay!, entonces será demasiado tarde.”
Stephen
King (EEUU, 1947).
Los textos
forman parte de estudio en ejercicios de taller.
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