“Toda literatura
siempre es hija de otra literatura, salvo la primera, que no se sabe quién
la hizo. No creo haber perdido la influencia de los autores que me han
marcado. Después, lo que pasó es que mis lecturas aumentaron tanto que ya
se vuelve más difícil encontrar las pistas. Siempre he seguido, me parece, los
faros de la época. En mis primeros años de lector adulto, fueron Rilke, Molinari,
González Tuñón, Lorca, Neruda, Vallejo; y, más tarde, los grandes poetas
norteamericanos. Creo que he hecho el mismo itinerario de los poetas de mi
generación, aunque, en mi caso, esa ubicación no está muy clara: algunos
me incluyen en la generación del 40; otros, en la del 50... Lo que no creo
es haber encontrado mi "propia voz", no sé si es propia o una
mezcla de las voces de todos los mencionados.
… no hay modo de
escapar a la realidad. Incluso en La divina comedia, la época trabaja
activamente. La obligación del poeta no es servir a una causa desde una ideología
determinada sino ser consciente de qué sueños y pesadillas están hablando
en él, en nombre de sus contemporáneos. En el caso de mi generación,
nuestro drama ha sido la pérdida de la utopía. Aunque debo aclarar que, en
mi caso, no la considero perdida sino en suspenso. Esto, claro, hoy no
puedo decirlo desde la esperanza sino desde la desesperación”.
He tratado siempre de tender a la concisión. Aunque el poema sea largo, la
tendencia tiene que ser a simplificar. Hay que matar una palabra por día. Pero,
claro, el talento no tiene recetas. Y lo que sirve para un poema no nos
ayuda en el poema siguiente. El secreto de la creación es insondable, como
suele decirse. Si cada uno encuentra algo parecido a una
"fórmula" para el poema, esa resolución no nace de la meditación
sino de algo que le dicta a uno el poema. Antes yo creía que el poema
debía decir algo, una suerte de mensaje. No sabía muy bien qué quería
significar con eso, pero me parecía que la poesía conceptual era más
valiosa. Sin embargo, terminé por descubrir que esa pretensión no tiene
sentido. La riqueza de los contenidos es algo bastante discutible, al
menos en poesía.
La belleza la determina la forma. Incluso en los poemas aparentemente muy especulativos,
siempre es la forma la que decide su suerte como poemas. Tomemos el caso
de Francis Ponge y su poema "Un vaso de agua", por ejemplo. Esas
polémicas, por suerte, ya han sido superadas, como aquel viejo asunto del
arte comprometido. Hoy sabemos que el único compromiso de un poeta es el
que asume con su propia lengua. La poesía misma es una garantía del
lenguaje, lo hace posible. Esas postulaciones teóricas e ideológicas
fueron un error, pero tal vez fueron necesarias. También se avanza a
partir de los errores, ¿verdad? De modo que, a su manera, fueron un
aporte. Ahora, hay tantas definiciones de la poesía como poetas.
Creo que la poesía
es una fiesta del sentido, y también una eterna juventud. Debo decir,
también, que yo tengo un sentimiento dramático de la poesía. Y digo
dramático en su sentido religioso. Creo que todo arte debe ser encarado,
sentido así. Yo escucho ciertos pasajes de Bach, por ejemplo, que me abren una
puerta a lo desconocido. Ese misterio de la vida, de todo lo que es y
existe es lo que el arte debe cantar, celebrar, decir. Creo que el arte es
un modo de instalar una fe en lo desconocido, la presunción de que tanta
belleza no pudo haber sido creada en vano. En fin, esos son mis planteos
estéticos de hoy, a esta hora de la tarde. Mañana, no sé cuáles serán.
Todo empieza con un cosquilleo, con una mezcla de inquietud y placer, de
zozobra y felicidad. Creo que existe aquello que antes se llamaba inspiración y
hoy parece haber pasado de moda. Uno entra en un estado de gracia, si se
me perdona la petulancia, un sentimiento intenso que sólo puede ser
sobrellevado con la escritura. El poema, en todo caso, no es el resultado
de una meditación sino un impulso que se me presenta de pronto,
inesperadamente, supongo que como fruto de la actividad inconsciente.
Puede encarnarse en
una imagen, en la visión de un objeto, en una situación humana, en un
accidente, en una palabra... Hace poco, por ejemplo, quedé fascinado
por la aparición de una palabra extraña para mí: hipálage. La emoción
surgió de poder contemplarla sin conocer su significado, guardándola
durante días en mi memoria para saborearla, para tocarla como una joya,
preservándola de la servidumbre del sentido, hasta que finalmente surgió
un poema. Y también están las obsesiones personales. En mi caso, la
obsesión por las maniobras del azar, o por la muerte. Pero, claro, los
grandes temas no hay que abordarlos en forma explícita porque se vuelven intratables.
Para eso, está la filosofía.
Sin embargo, su poesía aborda con particular felicidad y recurrencia el tema de
la caducidad, de la muerte, de la precariedad del mundo y de los seres que
lo habitan.
Sí, en mis poemas
aparecen con frecuencia la muerte y la degradación de las cosas. Creo que
en final de las cosas siempre hay una especie de aura poética, una suerte de
fracaso del universo en su conjunto, si pensamos, por ejemplo, en la entropía,
ese gran fracaso cósmico. Y después, claro, el caso particular de nuestra
existencia: la tragedia humana es la conciencia de su propia degradación.
Pero yo soy un pesimista jovial. Y esa aparente paradoja se justifica
porque, al espectáculo nada edificante de la Historia, tiendo a oponer mi
entusiasmo de vivir.
Para mí, Kafka es
un poeta y conozco de memoria largos párrafos de El proceso, de El
castillo e incluso de sus Diarios y de su
correspondencia, como si fueran poemas. Hay tal concentración, tal
capacidad metafórica y tal variedad de sentidos posibles en su obra que
podemos, por eso, considerarla esencialmente poética.
Cuando eso que
llamo estado de gracia aparece, trato de conservarlo todo lo posible. Tomo
notas que, en general, son provisorias pero sirven para que no se escape
el impulso inicial. A veces, en medio de una situación baladí, puedo
encontrar un elemento capaz de transformarse en material de un poema, y lo
rescato, lo fijo en el papel. Hay días en que uno se siente rico y otros
días en que uno se siente estéril. Yo no he intentado nunca forzar eso, no
he tratado de ser un empleado de la poesía, con horario fijo de lunes a
sábado. Luego, el poema se escribe imponiendo sus propios medios y sus
propios tiempos: puede surgir de una sentada o demorar años. Cuando veo
que la cosa marcha, insisto; cuando, al tercer o cuarto intento, no funciona, desisto
porque sé que ese poema ha pasado de largo y, si intento escribirlo, será
un fracaso.
Me dedico a eliminar, ante todo, lugares comunes, imágenes convencionales o
cristalizadas del lenguaje. Lo que me guía a la hora de revisar lo que
escribo es la idea de que cada palabra debe ser ubicada en el lugar que la
estaba esperando. Tengo la intuición de que hay un lugar del poema que está
esperando una palabra determinada, y entonces la busco. Por otra parte, intento
que el verso, sea corto o largo, nunca pierda fluidez, así es que estoy
atento a todo aquello que pueda entorpecer esa condición. De todos modos,
no querría abundar en esta dirección porque podría dar la sensación de que
estamos hablando de una gran obra y se trata sólo de mis poemas. En
general, soy perfectamente consciente de mis errores, lo que nunca lograré del todo
es saber cómo evitarlos.
Más allá de los resultados alcanzados por los poetas, hay una voluntad de
belleza y una espiritualización del mundo en el hecho de escribir poesía.
Y eso, en un momento en que el mundo está cada vez menos en contacto con
lo espiritual, me parece muy rescatable.”
Entrevista
a JG por Guillermo Saavedra.
Publicada
en el número 2 de la edición impresa de La Estafeta del Viento, otoño-invierno
de 2002.
Imagen:
Rainer Maria Rilke
Joaquín
Giannuzzi (Buenos Aires, 1924 - Salta, 2004).-
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-
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