martes, 12 de junio de 2018

ILDIKO NASSR Dice que ellos crearon su mundo en trece días









TALLER ILDIKO NASSR
(Río Blanco, Provincia de Jujuy, Argentina, 1 de abril de 1976)
CUATRO MICRORRELATOS


EL EMPERADOR

     En una fecha y un lugar distantes y que ya nadie recuerda, el hijo del monarca fue nombrado emperador a los doce años. Era aún un niño más interesado en jugar que en gobernar. No entendía las nociones de pueblo, orden, justicia…  sólo había en su vocabulario vida, juego, magia, aventuras…
El niño estaba a cargo de un séquito de mujeres que lo protegían. Un hombre solo entre las mujeres que manejaban sus días. El emperador no tomaba decisiones. Sin embargo, un día, con su firma, ordenaron matar a todos los niños del pueblo e incendiar las bibliotecas. Pronto se cerraron escuelas, posadas, lavanderías… las ciudades se volvieron tristes. El único niño del pueblo corría por las calles con su conciencia tranquila y sin saber mirarse a un espejo aún.


EL ERMITAÑO

     Sostiene el cuchillo con firmeza y lo inserta entre la carne y el hueso. La sangre brota y empalaga la mano que sostiene el cuchillo. Hay un eco como de tambores que se sienten en el cuerpo y martillean las sienes. Despedazar un cuerpo no es tarea sencilla. Separa huesos, entrañas y carne. Los acomoda en bolsas negras de residuos. Quiere hacer un trabajo prolijo pero la sangre es como la pintura en un bote que ha sido pateado sin querer. Se esparce por todos lados y no escurre. Todo lo mancha, todo lo pinta con su intensidad.  Todo es rojo. Incluso los huesos.
     La fuerza y la firmeza en los cortes flaquean. Lo que comenzó como una profunda incisión de desguace se convirtió en un macheteo improlijo y salvaje.
     Los recuerdos de aquella madrugada no le permiten caminar tranquilamente por las calles de la ciudad, por ello se mudó a la casita de la montaña y vive a base de meditación y soledad.


ALUMNO

     Un alumno me abrazó en clase. Se levantó de su banco y vino directo a mi cintura. Me sentí avergonzada. No sabía cómo taparme. No supe, tampoco, decirle nada.
     Esa noche, soñé que mordía su pene, lo masticaba (no sin dificultad) y me lo tragaba.
     —Eunuco —le decía y él no sabía cómo taparse.
     Extrañamente no había sangre.
     Al día siguiente en clase evité su mirada y a él. Saludé antes de irme y escuché su respuesta. Antes de entrar a la sala de profesores, no sé cómo, volvió a abrazarme. Sus abrazos son el consuelo de penas que vienen desde más allá de mis ancestros más remotos.
     No quise mirarlo, para que mi mirada no delatase las imágenes de mi sueño.
     Me susurró: nunca vuelvas a decirme eunuco.


DICEN

     Dice que ellos crearon su mundo en trece días. “Trece días, señora”, recalca.
     Dice que los dioses los crearon para escuchar una alabanza; y ellos supieron dársela.
     Dice que después llegaron esos, como papagayos gigantescos, y se llevaron todos los libros. “Los libros que alababan a los dioses, señora, y contaban nuestra historia. Se los llevaron hasta cerquita del mar y los quemaron, señora, los quemaron. Yo no pude salvar ni uno, señora, nada”.
     Dice que enamoraron a sus mujeres y ellos nada pudieron hacer.
     Después sobrevino el silencio.
     “¿Qué pasó después?”, insisto en la pregunta.
     Dice: “Señora, después no hay después”.
     Y queda callado, silenciado. La mirada perdida.
     —Pero siempre hay un después.
     “No, señora —dice— hasta eso se llevaron”.



De Los hermanos mayores (“El emperador” y “El ermitaño”) y Placeres cotidianos (“Alumno” y “Dicen”).


Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

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