TALLER ROBERTO ARLT
(Buenos aires, 1900 - 1942)
¿PARA QUÉ?
(Miércoles
9 de abril de 1930)
Me escribe un amigo del diario: “Estoy
extrañado de que no haya visitado en el Uruguay, ni dé señales de hacerlo allí,
en el Brasil, a los intelectuales y escritores. ¿Qué le pasa?”.
EN REALIDAD
En realidad no me pasa nada; pero yo no he
salido a recorrer estos países para conocer gente que de un modo u otro se
empeñarán en demostrarme que sus colegas son unos burros y ellos unos genios.
¡Los intelectuales! Le voy a dar un ejemplo. En un diario de Buenos Aires,
número atrasado, traspapelado en la Redacción de un periódico de Río, leo un
poema de una poetisa argentina sobre Río de Janeiro. Lo leo y me dan tentaciones
de escribirle a esta distinguida dama:
—¿Dígame, señora, por qué en vez de
escribir no se dedica a la conspicua labor de la calceta?
En Montevideo conversaba con un escritor
chileno. Me contaba anécdotas. Las anécdotas atrapan a los intelectuales de allí.
A esta escritora, un pintor chileno le mandó un magnífico cuadro y ella, en una
fiesta que se daba en su homenaje, recoge unas violetas y le dice a mi amigo:
—Oiga, Fulano, envíele estas flores a X…
O estaba trastornada o no se daba cuenta
en su inmensa vanidad que no se envían unas violetas a un señor que la ha
obsequiado de esa forma, a una distancia suficiente para permitir que cuando
lleguen las flores estén harto marchitas.
Además
que la vida de los intelectuales, ¿a quién le interesan los escritores? Uno se
sabe de memoria lo que le dirán: elogios convencionales sobre Fulano y Mengano.
Llega a tal extremo el convencionalismo periodístico que los voy a hacer reír
con lo que sigue. Al llegar a Río me entrevistaron redactores de distintos periódicos.
En el Diario de la Noite se publicó
un reportaje que me hicieron y entre muchas cosas que dije, me hicieron decir
cosas que nunca pensé. Allá va el ejemplo: que mi director me invitó a “hacer una visita a patria do venerado Castro
Alves”.
Cuando yo leí que mi director me había
invitado a realizar una visita a la patria del venerado Castro Alves, me quedé
frío. Yo no sé quién es Castro Alves. Ignoro si merece ser venerado o no, pues
lo que conozco de él (no conozco absolutamente nada) no me permite
establecerlo. Sin embargo, los habitantes de Río, al leer el reportaje, habrán
dicho:
—He aquí que los argentinos conocen la
fama y gloria de Castro Alves. He aquí un periodista porteño que, conturbado
por la grandeza de Castro Alves, lo llama emocionado “venerado Castro Alves”. Y
Castro Alves me es menos conocido que los cien mil García de la guía
telefónica. Yo ignoro en absoluto qué es lo que ha hecho y lo que dejó de hacer
Su Excelencia Castro Alves. Ni me interesa. Pero la frase quedaba bien y el
redactor la colocó. Y yo he quedado de perlas con los cariocas.
¿Se da cuenta, amigo, lo que se macanea
periodísticamente?
Imagínese ahora usted las mulas que
trataría de pasarme cualquier literato. Así como a mí me hicieron decir que
Castro Alves era venerable, él, a su vez, diría que el “dotor” merece ser
canonizado, o que Lugones es el humanista y psicólogo más profundo de los
cuatro continentes…
NO INTERESAN…
No pasa mes casi sin que de Buenos Aires
salgan tres escolares en aventura periodísticas y lo primero que hacen, en
cuanto llegan a cualquier país, es entrevistar a escritores que a nadie
interesan.
¿Por qué voy a ir yo a quitarles el
trabajo a esos muchachos? No. Por qué voy a ir a sustraerles mercadería a los
cien periodistas sudamericanos que viajan por cuenta de sus diarios para saber
qué piensa Mengano y Fulano de nuestro país. De memoria sé lo que ocurriría.
Yo, de ir a verlos, tendré que decir que son unos genios y ellos, a su vez,
dirán que tengo un talento brutal. Y el asunto queda así arreglado de
conversación: “He entrevistado al genial novelista X”. Ellos: “Nos ha visitado
el despampanante periodista argentino…”.
Todo esto son macanas.
Cada vez me convenzo más que la única
forma de conocer un país, aunque sea un cachito, es conviviendo con sus
habitantes; pero no como escritor, sino como si uno fuera tendero, empleado o
cualquier cosa. Vivir… vivir por completo al margen de la literatura y de los
literatos.
Cuando al comienzo de esta nota me refería
al poema de la dama argentina, es porque esa señora había visto de Río lo que
ve cualquier malísimo literato. Una montañita y nada más. Un buen mono parado
en una esquina. ¿No es el colmo de los colmos esto? Y así son todos. Las
consecuencias de dicha actitud es que el público lector no termina de enterarse
del país, ni de qué forma vive la gente mencionada en los artículos. Y tanto, y
tanto, que el otro día, en otro diario nuestro leía un reportaje hecho por un
escritor argentino a un general, no sé si de Río Grande o de dónde. Hablaba de
política, de internacionalismo y de qué sé yo. Terminé de leer el chorizo y me
dije: “¿Qué sesos tendrá el secretario de Redacción de este diario que no ha
mandado al canasto semejante catarata de palabrerío? ¿Qué diablos le importa al
público porteño lo que opina un general de cualquier país sobre el Plan Young o
sobre cualquier otra materia menos o más secante?”.
Lo que había ocurrido era lo siguiente:
así como a mí me hicieron decir que Castro Alves era venerable, porque con ello
creían que me congraciaban con el público de Río (al público de Río le importa
un pepino mi opinión sobre Castro Alves), al periodista argentino le hacen
reportear a un generalito que los deja imperturbables a los doscientos mil
lectores de cualquier rotativo nuestro.
Y con dicho procedimiento los pueblos no
terminan de conocerse nunca.
Ahora se explica, lector mío, por qué no
hablo ni entrevisto personalidades políticas ni literarias.
En:
Aguafuertes cariocas (Crónicas inéditas desde Río de Janeiro), Adriana Hidalgo
editora, 2013. Foto: Jmp
Roberto Emilio
Godofredo Arlt (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 - 26 de julio de
1942).
Los textos forman parte de
estudio en ejercicios de taller. -
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