TALLER
ABELARDO CASTILLO
(Buenos
Aires, 27 de marzo de 1935 – 2 de mayo de 2017)
LOS RITOS (inicio)
Lo que abyectamente me hacía falta era
sol, mosquitos, remar hasta quedar echado, olvidarme, por medio del
embrutecimiento físico, de dos o tres ideas grandiosas que en los últimos
tiempos venían acosándome: el suicidio, entre ellas. Empeñé, por lo tanto, la
máquina de escribir, le dije a la señora Magdalena que necesitaba unos pesos,
miré tu retrato, Virginia –tu retrato a lápiz hecho por mí una tarde de
canteros andaluces y otoño, en el Rosedal–, murmuré entre dientes y no sin
ternura que todas las mujeres son una manga de hijas de puta y, considerando
mejor el empeño de la máquina, vendí por lo que me dieron las figulinas
japonesas y las terracotas, tus tortugas de caparazón de nuez y hasta el
abominable bonzo de arcilla que me obligaste a comprarte en Montevideo, tiré a
la basura lo invendible, desempeñé la Remington , tapié de libros como lápidas la repisa
y me tomé un tren para San Pedro. Tres horas más tarde, los naranjales dorados
y el peculiar olor a podrido de la refinería que han hecho a la entrada del
pueblo, me hicieron olvidar los muñequitos. Venía pensando en ellos, en tu
costumbre de ordenarlos a tu modo: un caballo de mar junto a la geisha; la
tortuga de caparazón de nuez fingiéndole (jurándole, decías vos) amor eterno al
Samurai de la enorme maza; una miniatura de Balí, tallada a mano, dejándose
cortejar por cualquier kokeshi de cincuenta pesos, todos en el más heterodoxo
desorden, sin el menor respeto por las leyes de la perspectiva, las jerarquías,
la unidad de estilo o la Lógica ,
pero amándose. Me acuerdo de la primera noche en que al darme vuelta en la
cama, no te encontré a mi lado: estabas ahí, parada junto a la biblioteca,
cubierta a medias con una camisa mía y con un gesto de preocupación tan grande
que solté la risa. Me miraste con seriedad y dijiste:
–Vos no sabés querer. ¿Nunca te lo
dijeron?
(…)
1966
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. -
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