TALLER Julio Cortázar
(1914-1984)
Posibilidades de la
abstracción
En Historias de cronopios y de famas
Trabajo desde hace años en la Unesco y
otros organismos internacionales, pese a lo cual
conservo algún sentido del humor y especialmente una notable capacidad de
abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del
mapa con sólo decidirlo, y mientras él habla y habla yo me paso a Melville y el
pobre cree que lo estoy escuchando. De la misma manera,
si me gusta una chica puedo abstraerle la ropa apenas entra en mi campo visual,
y mientras me habla de lo fría que está la mañana yo me paso largos minutos
admirándole el ombliguito. A veces es casi malsana esta facilidad que tengo.
El lunes pasado fueron las orejas. A la
hora de entrada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la
galería de entrada. En mi oficina encontré seis orejas; en la cantina, a mediodía, había más de quinientas, simétricamente
ordenadas en dobles filas. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que
remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas.
El martes elegí algo que creía menos
frecuente: los relojes de pulsera. Me engañé, porque a la hora del almuerzo
pude ver cerca de doscientos que sobrevolaban las mesas con un movimiento hacia
atrás y adelante, que recordaba particularmente la acción de seccionar un
biftec. El miércoles preferí (con cierto embarazo) algo más fundamental, y elegí los botones. ¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos
opacos que se desplazaban horizontalmente, mientras a los lados de cada pequeño
batallón horizontal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones. En
el ascensor la saturación era indescriptible: centenares de botones inmóviles,
o moviéndose apenas, en un asombroso cubo cristalográfico. Recuerdo
especialmente una ventana (era por la tarde) contra el cielo azul. Ocho botones
rojos dibujaban una delicada vertical, y aquí y allá se movían suavemente unos
pequeños discos nacarados y secretos. Esa mujer debía ser tan hermosa.
El miércoles era de ceniza, día en que los
procesos digestivos me parecieron ilustración adecuada a la circunstancia, por
lo cual a las nueve y media fui mohíno espectador de la llegada de centenares
de bolsas llenas de una papilla grisácea, resultante de la mezcla de
corn-flakes, café con leche y medialunas. En la cantina vi cómo una naranja se
dividía en prolijos gajos, que en un momento dado perdían su forma y bajaban
uno tras otro hasta formar a cierta altura un depósito blanquecino. En ese
estado la naranja recorrió el pasillo, bajó cuatro pisos y, luego de entrar en
una oficina, fue a inmovilizarse en un punto situado entre los dos brazos de un
sillón. Algo más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro de té
cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de abstracción suele ejercerse
arbitrariamente) podía ver además una bocanada de humo que se entubaba
verticalmente, se dividía en dos translúcidas vejigas, subía otra vez por el
tubo y luego de una graciosa voluta se dispersaba en barrocos resultados. Más
tarde (yo estaba en otra oficina) encontré un pretexto para volver a visitar la
naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de la
naranja y el té había dos desagradables tubos retorcidos. Hasta la abstracción
tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi
secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban cesante. Para
consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas
diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los
biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida está llena de hermosuras
así.
Los textos
forman parte de estudio en ejercicios de taller.-
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