TALLER MARCO
DENEVI
(12
de mayo de 1922 – 12 de diciembre de 1998)
LA INMOLACIÓN POR LA BELLEZA
El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía
en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre
solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter
alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas
horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se
convertía en una bola para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera
híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle
humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un
racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o
tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de
terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue
enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella
criatura desagradable en un animal fabuloso.
Todos acudieron a contemplarlo. Según
quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de
la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una
góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún
envidioso, un bufón.
El erizo escuchaba las voces, las
exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a
moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así
permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había
muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-
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