PIES
Están allí, donde no llego a ver ni quiero. Me gusta esa
distancia que hay entre nuestros pies y nuestras cabezas. En general me gustan
las distancias porque de lejos es más fácil no decidir algunas cosas. No decido
volver a tocarte. No decido volver a rozar tu superficie. Y sin embargo,
mientras descanso con los ojos cerrados, allí estoy, allí abajo, recorriéndote
como si fueras un camino. Tus pies me responden recorriendo los míos. Con los
pies nos exploramos, como náufragos que exploran la isla a la que llegaron.
ESPALDAS
Me despierto en el medio de la noche y veo tu espalda. Es
extraño, porque nos dormimos abrazados. Constato así que, dormidos, nos
entregamos a ciertos movimientos y por un momento, en este entresueño, tu
espalda dejó de respaldarme y está aquí, desarmada. Supongo, con almíbar entre
los dientes, que dormido has decidido rendirte. De espaldas te percibo
indefenso, confiado y en paz. Y yo me siento tu guardiana, tu dueña. Voy a
estar a la altura de tu fragilidad. Voy a besarte la espalda, para endulzarte
el sueño.
NALGAS
Un hombre semidesnudo, de espaldas, con una remera colorada y el culo al aire, exprimiendo naranjas en una cocina. Esa es la primera imagen que tuve de tus nalgas, la primera mañana que me desperté en tu casa. Pasaste la prueba, querido: sólo algunos pueden salir airosos de una escena como ésa. Yo la recuerdo irreprochable. Es más: fue recién entonces que advertí las múltiples posibilidades de tu belleza.
En: “Erótika”.
Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.
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