"Y recordá / la vida / no es más que estos pedazos de nosotros / compartidos con los demás"

sábado, 26 de septiembre de 2015

SAMANTA SCHWEBLIN Parada en el medio de la ruta











TALLER SAMANTA SCHWEBLIN (Buenos Aires, 1978)
MUJERES DESESPERADAS
(De El núcleo del disturbio)

        Parada en el medio de la ruta Felicidad ha creído ver, en el horizonte, el débil reflejo de las luces traseras del auto. Ahora, en la oscuridad cerrada del campo, sólo se distinguen la luna y su vestido de novia. Sentada sobre una piedra junto a la puerta del baño concluye que no tendría que haber tardado tanto. Desprende del tul algunos granos de arroz. Apenas puede adivinar el paisaje: el campo, la ruta y el baño.
       Quiere llorar, pero todavía no puede. Corrige los pliegues del vestido, se mira las uñas, y contempla, cada tanto, la ruta por la que él se ha ido. Entonces algo sucede:
       -No vuelven- dice una mujer.
       Felicidad se asusta y grita. Por un segundo cree encontrarse frente a un fantasma. Intenta controlarse, pero el cuerpo no deja de temblarle. Mira a la mujer: nada parece sobresaltarla, tiene una expresión vieja y amarga, aunque conserva entre las arrugas grandes ojos claros y labios de perfectas dimensiones. 
       -La ruta es una mierda- dice la mujer. Saca de su bolsillo un cigarrillo, lo enciende y se lo lleva a la boca- Una mierda. Lo peor…
       Una luz blanca aparece en la ruta, las ilumina al pasar, y se esfuma con su tono rojizo.
       -¿Y qué? ¿Vas a esperarlo?- dice la mujer.
       Ella mira el lado de la ruta por el que, de volver su marido, vería aparecer el auto, y no se anima a responder.
       -Nené- dice la mujer, y le ofrece la mano.
       Ella extiende con duda la suya y se saludan. Los movimientos de Nené son firmes y fuertes.
       -Mirá- dice Nené; se sienta junto a Felicidad- voy a hacértela corta- pisa el cigarrillo apenas empezado, enfatiza las palabras- se cansan de esperar y te dejan. Eso es todo. Parece que esperar es algo que no toleran. Entonces ellas lloran y los esperan… Y los esperan… Y sobre todo, y durante mucho tiempo: lloran, lloran y lloran todavía más.
       Aunque lo intenta, Felicidad no logra entenderla. Está triste, y cuando más necesita del apoyo fraternal, cuando sólo otra mujer podría comprender lo que se siente tras haber sido abandonada junto a un baño de ruta, ella sólo cuenta con esa vieja hostil que antes le hablaba y ahora le grita.
       -¡Y siguen llorando y llorando durante cada minuto, cada hora de todas las malditas noches!
       Felicidad respira profundamente, sus ojos se llenan de lágrimas. 
       -Y meta llorar y llorar… Y te digo algo: esto se acaba. Estoy cansada, agotada de escuchar a tantas estúpidas desgraciadas. Y una cosa más te digo… -se interrumpe, parece dudar, y pregunta- ¿Cómo dijiste que te llamabas?
       Ella quiere decir Felicidad, pero se traga el llanto, hipando.
       -Hola… ¿Te llamabas…?
       -Fe, li…- trata de controlarse. No lo logra, pero resuelve la frase- cidad.
       -No, no, no. Ni se te ocurra. Por lo menos aguantá algo más que las demás.
       Felicidad empieza a llorar.
       -No. No voy a seguir soportando esto. No puedo. ¡Felicidad!
       Ella fuerza una respiración ruidosa y retiene el llanto, pero enseguida la situación le es insostenible y todo vuelve a empezar.
       -No puedo creer, que él…- respira- que me haya…
       Nené se incorpora, mira a Felicidad con desprecio y se aleja furiosa, campo adentro. Ella intenta contenerse, pero al fin se descarga:
       -¿Desconsiderada!- le grita, pero después se incorpora y la alcanza- espere… No se vaya, entienda…
       Nené camina ignorándola.
       -Espere- Felicidad vuelve a llorar.
       Nené se detiene.
       -Callate- dice- ¡Callate tarada!
       Entonces Felicidad deja de llorar y Nené le señala la oscuridad del campo.
       -Callate y escuchá.
       Ella traga saliva. Se concentra en no llorar.
       -Bueno, ¿y? ¿Lo sentís?- mira hacia el campo.
       Felicidad la imita, intenta concentrarse.
       -Lloraste demasiado, ahora hay que esperar a que se te acostumbre el oído.
       Felicidad hace un esfuerzo, tuerce un poco la cabeza. Nené espera impaciente a que ella al fin comprenda.
       -Lloran…- dice Felicidad, en voz baja, casi con vergüenza.
       -Sí. Lloran. ¡Sí, lloran! ¡Lloran toda la maldita noche! ¿No me vez la cara? ¿Cuándo duermo? ¡Nunca! Lo único que hago es oírlas todas las malditas noches. Y no voy a soportarlo más, ¿se entiende?
       Felicidad la mira asustada. En el campo, voces y llantos de mujeres quejumbrosas repiten a gritos los nombres de sus maridos.
       -¿Y a todas las dejan?
       -¡Y todas lloran!- dice Nené.
       Entonces gritan:
       -¡Psicótica!
       -¡Desgraciada, insensible!
       Y otras voces se suman:
       -¡Dejános llorar, histérica!
       Nené mira hacia todos lados. Grita al campo:
       -¿Y que hay de mí…? ¿Qué hay de las que hace más de cuarenta años que estamos acá, también abandonadas, y tenemos que oír sus estúpidas penitas todas las malditas noches? ¿Eh? ¿Qué hay?
      -¡Tomate un calmante! ¡Loca!
      Felicidad mira a Nené y comprende cuánto más grande es la tristeza de aquella mujer comparada con la suya. Nené se muerde los labios y niega. En el campo los gritos son cada vez más violentos. 
       -¡Vení, turrita!; ¡vení y da la cara!
       -Vení, dale. A ver cuanto te dura esta nueva amiguita…
       -¡Dónde estás vieja! ¡Hablá infeliz!
       -¡Cuando vos ya estabas acá llorando nosotras todavía salíamos con ellos desgraciada!
       Algunas voces dejan de gritar para reírse.
       Nené se deja caer y se sienta resignada.
       -¡Déjenla en paz!- dice Felicidad. Se acerca a Nené y la abraza como se abraza a una niña.
       -Hay… Que miedo…- dice una de las voces- así que ahora tenés compañerita…
       -Yo no soy compañerita de nadie- dice Felicidad- sólo trato de ayudar…
       -Ay… Solo trata de ayudar…
       -¿Saben por qué la dejaron en la ruta?
       -¡Por qué es una morsa flaca!
       -No, la dejaron porque…- se ríen- …porque mientras ella se probaba su vestido de novia, nosotras ya nos acostábamos con su maridito…- vuelven a reírse.
       Las voces se escuchan cada vez más cerca. Es un griterío donde es difícil separar a las que lloran de las que se ríen.
       -¡Porqué no se callan, cotorras!- grita Nené.
       -¡Ya te vamos a agarrar, turra!
       Felicidad siente bajo los pies el temblor de un campo por el que avanzan cientos de mujeres desesperadas. Nené comienza a retroceder hacia la ruta. Felicidad la sigue.
       -¿Cuántas son…?- pregunta.
       -Muchas- dice Nené- demasiadas.
       Pero Felicidad no puede escucharla, los insultos son tantos y están ya tan cerca que es inútil responder o tratar de llegar a un acuerdo.
       -¿Qué hacemos?- insiste Felicidad.
       Entonces Nené adivina en ella los signos contenidos del llanto.
       -No se te ocurra llorar- le dice.
       Retroceden cada vez más rápido. Ya casi están sobre la ruta. A lo lejos, un punto blanco crece como una nueva luz de esperanza. Felicidad piensa ahora, por última vez, en el amor. Piensa para sí misma: que no la deje, que no la abandone.
       -Si para nos subimos- grita Nené.
       -¿Qué?
       Ya están cerca del baño.
       -Que si el auto para…
       El murmullo las sigue y ya parece estar sobre ellas. No alcanzan a verlas, pero saben que están ahí, a pocos metros. El coche se detiene frente al baño. Nené se vuelve hacia Felicidad y le ordena que avance, y sin acercarse demasiado, oculta aún en la oscuridad, espera a que la mujer se baje para sentarse ella y obligar al hombre a conducir. Pero el que se baja es él. Con las luces recortando el camino aún no ha visto a las mujeres y baja apurado agarrándose la bragueta. Entonces el barullo aumenta. Las risas y las burlas se olvidan de Nené y se dirigen exclusivamente a él. Se detiene pero ya es tarde; en sus ojos el espanto de un conejo frente a las fieras. Mientras, Nené rodea el auto para subir del lado del conductor, pero cuando intenta abrir la puerta se encuentra con que la mujer ha puesto las trabas de seguridad. 
       -¡Abra, vamos! ¡Tenemos que subir!- dice Nené mientras forcejéa la puerta.
       -Si se quiere bajar dejála- dice Felicidad- por ahí ellos sí se quieren.
       Desde el interior del coche la mujer grita qué quieren, de dónde vienen, una pregunta tras otra. Nené grita y golpea desesperada los vidrios:
       -¡Abrí, nena! ¡Abrí!
       La mujer se cambia de asiento y enciende el motor. El hombre escucha el automóvil pero no se vuelve para mirar. Está absorto y parece adivinar, en la oscuridad, la masa descomunal de mujeres que corren hacia él.
       -¡Abrí, tarada!- Nené golpea los vidrios con los puños, forcejea la manija de la puerta. 
       Detrás, Felicidad mira al hombre y a Nené, al hombre y a Nené. La mujer acelera nerviosa haciendo patinar las ruedas. Nené y Felicidad retroceden. Parte del auto cae a la banquina y las salpica de barro. Al fin las ruedas vuelven a morder el asfalto y el auto se aleja. 
       Aunque tras ellas los gritos de las mujeres continúan, el reflejo anaranjado de las luces traseras alejándose parece sumirlas en una silenciosa tristeza. A Felicidad le hubiese gustado abrazar a Nené, apoyarse en su hombro al menos. Es entonces cuando pequeños pares de luces blancas comienzan a iluminar el horizonte.
       -¡Vuelven!- dice Felicidad.
       Pero Nené no responde. Enciende un cigarrillo y contempla en la ruta los primeros pares de luces que ya están casi sobre ellas. 
       -¡Son ellos!- dice Felicidad- se arrepintieron y vuelven a buscarnos…
       -No- dice Nené, y suelta una bocanada de humo- son ellos, sí; pero vuelven por él.





Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. – 

jueves, 10 de septiembre de 2015

FÉLIX FÉNÉON Epígrafes









TALLER FÉLIX FÉNÉON
(Turín, 1861- Châtenay-Malabry, 1944)

Las chicas de Brest vendían ilusión bajo los auspicios también del opio. En casa de algunas de ellas la policía requisó pasta y pipas.
     

*
Louis Lamarre no tenía ni trabajo ni vivienda, pero sí algunos céntimos. Compró en una tienda de ultramarinos de Saint-Denis un litro de petróleo y se lo bebió.
     

*
El médico encargado de hacerle la autopsia a la señorita Cuzin de Marsella, muerta misteriosamente, concluyó: suicidio por estrangulación.
     

*
El cadáver del sexagenario Dorlay se balanceaba en un árbol, en Arcueil, con esta pancarta: "Demasiado viejo para trabajar".
     

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Abandonada por Delorce, Cécile Ward se negó a volver con él, salvo en matrimonio. Pareciéndole esta cláusula escandalosa, él la apuñaló.
     

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Señales distintivas de un desconocido sacado de las aguas del embalse de Bezons: la pierna izquierda anquilosada, un soldadito tatuado en el brazo derecho.
     

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Juzgando a su hija (de 19 años) demasiado poco austera, el relojero estefanés Jallat la mató. Es verdad que le quedan once hijos más.
     

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Encendido por su hijo de cinco años, un cohete de señales ferroviarias estalló bajo las faldas de la señora Roger, en Clichy; el estrago fue considerable.
     

*
El examen médico de un muchachito encontrado en una zanja de un arrabal de Niort muestra que sólo tuvo que sufrir la muerte.
     

*
"¡Morir a lo Juana de Arco!", decía Terbaud desde lo alto de una hoguera hecha con sus muebles. Los bomberos de Saint-Ouen se lo impidieron.
     

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No es por la ventana por donde se entra de noche en casa de Yolanda de Montaley, en Meudon; así que ella gritó, y sólo se llevaron su cofre.
     

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El mendigo septuagenario Verniot, de Clichy, murió de hambre. Su jergón ocultaba 2000 francos. Pero no hay que generalizar.
     

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El tenebroso merodeador divisado por el mecánico Gicquel cerca de la estación de Herblay ha sido hallado: Jules Ménard, recogedor de caracoles.


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A los ochenta años, la señora Saout, de Lambézellec (Finisterre), comenzaba a temer que la muerte la olvidase; cuando su hija salió, se colgó.
     

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Treinta y cinco artilleros de Brest que, bajo el efecto de unos embutidos funestos, manaban por todas partes, fueron ayer medicinados.
     

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No eran los embutidos, sino el calor lo que dio la diarrea a los artilleros de Brest, según la decisión de su oficial médico.
     

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Catherine Rosello, vecina de Tolón, madre de cinco hijos, quiso esquivar un tren de mercancías. La atropelló un tren de pasajeros.

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Un quincuagenario desconocido, enorme y además hinchado tras un mes ininterrumpido de permanencia en el agua ha sido pescado en La Frette por el señor Duquesne.

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Los peones franceses de Florac protestan, incluso a navajazos, contra la abundancia de elemento español en la obra.

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Desde su infancia, la señorita Mélinette, de 16 años, cosechaba flores artificiales en las tumbas de Saint-Denis. Se acabó: ahora está en el depósito de cadáveres.

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Una loca de Puéchabon (Hérault), la señora Bautiol, despertó a sus suegros a mazazos.

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El párroco de Monceau tiene un grave impedimento para decir misa. Unos ladrones le han robado sus objetos de culto.

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Fuertemente escoltado por beatos, el alcalde de Longechenal (Isère) ha vuelto a colocar en la escuela el crucifijo que el maestro retirara.

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Una vez más, Cristo está en las paredes de las escuelas de Ruaux (Vosgos), por mediación del alcalde Paul Zeller, que es adepto suyo.

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Esta vez, la imagen del crucifijo está sólidamente atornillado a la pared de la escuela de Bouillé. Mérito del prefecto de Maine y Loira.



Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. -