"Y recordá / la vida / no es más que estos pedazos de nosotros / compartidos con los demás"

domingo, 30 de diciembre de 2018

INDIO SOLARI Una buena canción








TALLER INDIO SOLARI
(Paraná, Entre Ríos, 16 de enero de 1949)
EXPRESIÓN DIRIGIDA A LOS COLEGAS QUEJOSOS POR NO “ENTENDER”
LAS LETRAS DE MIS CANCIONES

“Quien quiere ver solo lo que puede entender,
no tendría que ir al teatro, tendría que ir al baño”
Bertolt Brecht 


Escribo canciones en la creencia de que:

     -El efecto poético se produce por la capacidad de un texto de continuar generando lecturas diferentes sin ser consumido nunca por completo.

     -La poesía no debe invitar solo a escuchar, debe invitar fundamentalmente a imaginar.

     -La poesía es subjetiva, se vuelve objetiva cuando sus destinatarios, después, se dejan envolver por ella.

     -La principal regla poética es conmover, todas las demás no se han inventado si no para conseguir eso.

     -La poesía no puede ser definida con precisión porque no nos es dado conocer su esencia sino sentirla.

     -La poesía crea realidades intelectuales que se presentan emocionalmente. No como un pensamiento reflexivo ni filosófico sino como un pensamiento rítmico.

     -Una buena canción (su lírica) debe parecer que no pudo ser escrita de otra manera. Debe tener poder de seducción y comportarse como un enigma del cual uno presenta, para su resolución, solo indicios.

                                                                            Indio Solari, diciembre de 2011


PD: En mi caso me interesan las partes del cerebro que se ponen a trabajar bajo condiciones de ambigüedad. Por eso he elegido escribir en libertad con cambios deliberados e irreverentes de sintaxis. En definitiva, la poesía, como la ciencia es nada más que una interpretación del mundo. Mientras acabo con esto escucho la voz de Tita Merello: “… Si el bulto no interesa por qué pierden la cabeza ocupándose de mí.”



Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. – 



martes, 18 de diciembre de 2018

TALLER LA PLATA Encuentro con Luis Pazos


Hace un rato en casa de Luis Pazos, poeta y artista visual, preparando el encuentro 
para el jueves 20 de diciembre a las 19:30 en Taller La Plata. 


En la batalla final
decidió
herir de muerte
a la noche.
Un mar de sangre
gritos y profecías
cubrió el universo.
Cuando la oscuridad
murió
la eternidad fue luz.
Los hombres leyeron
en el filo de su espada
el testamento del samurai

     Les dejo el sol.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

sábado, 8 de diciembre de 2018

CLAUDIA PIÑEIRO Basura para las gallinas














TALLER CLAUDIA PIÑEIRO
(Burzaco, 10 de abril de 1960)
BASURA PARA LAS GALLINAS

Ella se dispone a atar la bolsa de plástico negro. Tira de las puntas para hacer el nudo. Pero las tiras resultan cortas, llenó demasiado la bolsa, ya ni sabe cuánto ni qué metió dentro para llenarla, todo lo que encontró dando vueltas por la casa.

Levanta la bolsa en el aire desde sus bordes y la mueve arriba y abajo con golpes cortos y secos para que el peso de la basura comprima el contenido y libere más espacio para el nudo. La ata dos veces, dos nudos. Comprueba que el lazo haya quedado firme tirando del plástico hacia los costados. El nudo se aprieta pero no se deshace.

Deja la bolsa a un lado y se lava las manos. Abre la canilla, deja correr el agua mientras carga sus manos con detergente. Cuando era chica, en su casa, no había detergente, cuando había usaban jabón blanco, ella ahora tiene, se trae del detergente que compran por bidones en el trabajo. Llena una botella vacía de gaseosa y la mete en su mochila. Tampoco había bolsas de plástico cuando era chica, su abuela metía en un balde todos los restos que podían servir para abonar la tierra o para alimentar las gallinas, y lo que no lo quemaba detrás del alambre, sobre el camino de tierra. Al balde iban las cáscaras de papas, los centros de las manzanas, la lechuga podrida, los tomates pasados de maduros, las cáscaras de huevo, la yerba lavada, las tripas de los pollos, su corazón, la grasa. Desde que vive en la ciudad, en cambio, usa bolsas de plástico, bolsas del mercado o bolsas compradas especialmente para cargar basura como la que acaba de atar. En una misma bolsa mete todos los restos sin clasificar, porque donde vive no hay gallinas, ni tierra que abonar.

Cierra la canilla y se seca las manos con un repasador limpio. Mira el reloj despertador que dejó esa tarde sobre la heladera, es hora de sacar la bolsa a la calle para que se la lleve el camión de la basura. Camina por el pasillo angosto que comparten todos los vecinos. Colgando de la mano izquierda lleva la bolsa agarrada con fuerza por el nudo; debe dejar la bolsa en la vereda apenas unos minutos antes de que pase el basurero. En  la mano derecha lleva el manojo de llaves que le pesa casi tanto como la bolsa. El llavero de metal es un cubo con el logo de la empresa de limpieza para la que trabaja, de la argolla plateada cuelgan las llaves del edificio y de cada una de las cinco oficinas que limpia, las llaves de un trabajo anterior a donde ya no va,  las dos llaves de la puerta hacia la que camina ahora con la bolsa de la basura golpeando contra su pierna mientras avanza,  la  llave de la puerta de su casa planta baja al fondo, la del sótano donde guarda la bicicleta con la que va a trabajar su marido cuando tiene trabajo, y la de la puerta del cuarto de su hija, la que acaba de agregar al llavero después de encerrarla.

Cuando llega a la puerta de calle manotea el picaporte pero no se abre, deja la bolsa en el piso, pasa las llaves una a una girando sobre la argolla hasta que da con la correcta. Mete la llave y abre la puerta. Primero una y después la otra; la segunda llave la agregaron después de que entraron ladrones en el departamento “H”. Traba la puerta con un pie mientras carga otra vez la bolsa. En ese corto tramo hasta el árbol donde la dejará para los basureros, la lleva abrazada contra su pecho. Al abrazarla se da cuenta de que la aguja de tejer perforó el plástico y saca su punta hacia ella, como si la señalara. La mira pero no la toca. Gira la bolsa para que la aguja de metal no le apunte.

Cuando llega al árbol apoya la bolsa otra vez en el piso, junto a otras bolsas que otros dejaron antes. Con el pie presiona la aguja para que se meta otra vez dentro de la bolsa de donde no tuvo que salir. La aguja entra hasta que se topa con algo y entonces ella ya no aprieta más, para que no salga por el otro lado y termine siendo peor. Se queda mirando el orificio que perforó la aguja esperando ver salir por él un líquido viscoso, pero el líquido no sale. Si saliera y alguien le preguntara, ella diría que es de cualquiera de las otras cosas que tiró dentro para llenar la bolsa. Pero del agujero no sale nada.

Juega con las llaves mientras espera al camión de la basura. Gira las llaves una a una por la argolla. Es de noche aunque todavía no terminó la tarde, el frío de julio le corta la cara. Se frota los brazos para darse calor. Agita el llavero como si fuera un sonajero. Ya está, ya se termina, quisiera entrar otra vez a su casa a ver cómo está su hija pero no puede dejar la bolsa ahí sola. Teme que alguien husmee en su bolsa de basura buscando algo que pudiera servirle. O un perro, atraído por el olor. Ella sabe que los animales pueden oler cosas que nosotros no olemos; allá donde vivía con su abuela había animales, perros, un burro, gallinas, una vez tuvieron hasta un chancho.

Tiene frío pero no puede irse y dejar que un perro ataque con voracidad la bolsa que acaba de sacar para los basureros. En casa de su abuela había tres perros. Su abuela también usó una aguja, pero no la bolsa de plástico sino uno de los dos baldes. Lo que largó su hermana fue al balde de las gallinas. Ella vio a su abuela sacárselo a su hermana, por eso sabe cómo hacer: clavar la aguja, esperar, los gritos, los dolores de vientre, la sangre, y después juntar lo que salió en el balde y tirarlo a las gallinas. Ella aprendió viendo a su abuela. Y así lo hizo hoy, igual que como se acordaba.

Sólo que esta vez resultará mejor, porque ella ahora sabe qué tiene que hacer si su hija grita de dolor y no deja de largar sangre, sabe dónde llevarla, a ella no se le va a morir. En la ciudad es distinto, hay  hospitales o salidas médicas cerca. Su abuela no sabía qué hacer, no había lugar al que llevarla.

Donde ellos vivían no había nada, ni siquiera vecinos. No había manojos con llaves que abren y cierran tantas puertas. No había gente que revolvía en lo que dejaban los otros. Ni bolsas de plástico. No había nada. Pero había gallinas, que se comían la basura.



Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-


lunes, 3 de diciembre de 2018

JOSÉ MARÍA PALLAORO Luis Pazos, poeta del vacío












TALLER JOSÉ MARÍA PALLAORO





LUIS PAZOS, POETA DEL VACÍO[1]



El cazador metafísico. Poesía reunida I forma parte de una trilogía. Es el primer volumen editado, y está compuesto por cuatro libros escritos entre 1971 y 2006: El Cazador Metafísico, El Desierto, El arquitecto de la nada y Samurai. Luis Pazos nació en La Plata en 1940. Participó de la actividad artística en grupos fundamentales de la ciudad: Grupo Diagonal Cero, Grupo de los 13 y Escombros, con este último desde el año 1988 hasta la actualidad.

Salvo lo antes apuntado, desconozco en profundidad los diferentes oficios por los que atravesó Luis Pazos en su vida. Conozco, sí, su oficio de poeta desde hace muchos años. Poemas recogidos en diversas antologías grupales; incluso algunos de sus versos están incluidos en Naranjos de fascinante música, poesía contemporánea de amor en La Plata, antología que hemos armado junto al poeta Néstor Mux en el año 2003 y que editamos bajo el sello Libros de la talita dorada.

Pazos, es decir, su poesía, su poética, me acompaña desde mi adolescencia, desde su inicial El cazador metafísico (de 1971, libro premiado, entre otros, por Alberto Girri y Carlos Mostronardi), editado en 1972, y que leí hacia fines de esa década. El cazador metafísico, como bien nos indica su autor, tiene como protagonista al hombre contemporáneo, hombre lanzado a un supuesto bosque en busca de lo inalcanzable: la verdad.

“Dios es lo que no se refleja” (poema “El cazador metafísico”), así se inicia el libro. Está Dios. Los dioses. Que se ocultan, como todo cazador; salvo aquel cazador metafísico, que se encuentra visible en lo invisible. “Nuevamente/ todo nos pertenece” (poema “El oráculo”). Es esta reedición fiel a la original, salvo por la inclusión de un poema inédito (“El búho”) que concluye diciendo: “…toda vida es sagrada/ y toda carne debe vivir.”

Diecisiete años después de su primer libro de poemas, Luis Pazos publica en 1988 El desierto. Y El desierto es una continuación de su primer libro. Los títulos de los poemas dan el tono a ese espacio-lugar que todo hombre debe atravesar hasta quedarse quieto para siempre. Varios de ellos nos acercan a: La sospecha, El Mesías, La condición humana, La presa, La búsqueda, El castigo, El disfraz, El pozo, La materia de lo real, El horizonte, El bosque, El sobreviviente, El huérfano, La herida, La oscuridad, El dueño, El deber, La última cena, El precio, El orante, La ley, El legado y El desierto.

En todo atravesar de los desiertos, algunas veces, hay un sobreviviente que logra llegar con gran desdicha, aunque más no sea mintiéndose. Al detenerse, y antes de continuar hacia las ruinas humeantes, escribe en la arena este libro.

El arquitecto de la nada (2000, inédito hasta esta edición) es un libro que se perdió. Vuelve como fragmento que logró rescatar la memoria y su desamparo. Hay un inicio: “Todo lo demolió./ Hasta los cimientos/ y aún más”. (Poema I). El arquitecto de la nada trasunta en sus XX poemas canciones desesperadas, y desdichas, lágrimas y abismos y pesadillas. Hay un destruir y un construir. Hay un enterrar y desenterrar herramientas. Hay una nada que es la casa de todos: el vacío. “Construyó en el borde/ del abismo/ porque amaba el vacío”. (Poema XVIII). Como morada final “…un desierto/ sin nombre// la casa/ de su padre”. (Poema XX).

En 2006 escribe, a pedido de su hija Camila, el libro Samurai (también inédito). Ahora, Pazos nos narra (poetiza) en 75 poemas sin título el insomnio de un guerrero. Lo más sórdido de la condición humana se espeja en matanzas, orgías, sangre, odio, cobardías, es decir, humanos que se devoran así mismos. Ser samurai es no ser hombre porque ser hombre es ser débil. El desasosiego de la razón sensible engendra samuráis. Y el samurai escribe. Escribe y calma la sed en el acero de su espada. Godard en una de sus películas hace decir a uno de los protagonistas, cito de memoria: “Quiero ser inmortal, y luego morir”. El samurai se dice hecho de eternidad, y en su testamento escrito en el filo de su espada, nos dice la última línea del libro: “Les dejo el sol”. Está en nosotros descubrir si para alumbrarnos o anochecernos.

Luis Pazos es un poeta del vacío. Un vacío que se completa con la sustancia de la poesía. Y eso es lo que importa: el contenido de este hermoso y doloroso libro que nos dice que todo viaje es necesario, aún atravesando espesas nieblas y oscuridades. Pero está el arte y su sol, muchas veces de fugaces rayos, que nos transmite la necesaria claridad (como pedía Edgar Bayley) casi todos los días.


[1] Publicado en suplemento Ideas, diario Diagonales, La Plata, domingo 2 de octubre de 2011. Acerca de El cazador metafísico. Poesía reunida I, Libros de la talita dorada, 2011.