EXPRESIÓN DIRIGIDA A LOS COLEGAS QUEJOSOS POR NO “ENTENDER”
LAS LETRAS DE MIS CANCIONES
“Quien
quiere ver solo lo que puede entender,
no tendría que ir al teatro, tendría que ir al baño”
Bertolt Brecht
Escribo canciones en la creencia de que:
-El efecto poético se produce por la
capacidad de un texto de continuar generando lecturas diferentes sin ser
consumido nunca por completo.
-La poesía no debe invitar solo a
escuchar, debe invitar fundamentalmente a imaginar.
-La poesía es subjetiva, se vuelve
objetiva cuando sus destinatarios, después, se dejan envolver por ella.
-La principal regla poética es
conmover, todas las demás no se han inventado si no para conseguir eso.
-La poesía no puede ser definida con
precisión porque no nos es dado conocer su esencia sino sentirla.
-La poesía crea realidades
intelectuales que se presentan emocionalmente. No como un pensamiento reflexivo
ni filosófico sino como un pensamiento rítmico.
-Una buena canción (su lírica) debe
parecer que no pudo ser escrita de otra manera. Debe tener poder de seducción y
comportarse como un enigma del cual uno presenta, para su resolución, solo
indicios.
Indio Solari, diciembre de 2011
PD: En
mi caso me interesan las partes del cerebro que se ponen a trabajar bajo
condiciones de ambigüedad. Por eso he elegido escribir en libertad con cambios
deliberados e irreverentes de sintaxis. En definitiva, la poesía, como la
ciencia es nada más que una interpretación del mundo. Mientras acabo con esto
escucho la voz de Tita Merello: “… Si el bulto no interesa por qué pierden
la cabeza ocupándose de mí.”
Los textos forman parte de estudio en ejercicios
de taller. –
Ella se dispone a atar la bolsa de
plástico negro. Tira de las puntas para hacer el nudo. Pero las tiras resultan cortas, llenó
demasiado la bolsa, ya ni sabe cuánto ni qué metió dentro para llenarla, todo
lo que encontró dando vueltas por la casa.
Levanta
la bolsa en el aire desde sus bordes y
la mueve arriba y abajo con golpes cortos y secos para que el peso de la
basura comprima el contenido y libere más espacio para el nudo. La ata dos
veces, dos nudos. Comprueba que el lazo haya quedado firme tirando del plástico
hacia los costados. El nudo se aprieta pero no se deshace.
Deja
la bolsa a un lado y se lava las manos. Abre la canilla, deja correr el agua
mientras carga sus manos con detergente. Cuando era chica, en su casa, no había
detergente, cuando había usaban
jabón blanco, ella ahora tiene, se trae del detergente que compran por bidones
en el trabajo. Llena una botella vacía de gaseosa y la mete en su mochila. Tampoco había bolsas de plástico cuando era
chica, su abuela metía en un balde todos los restos que podían servir para
abonar la tierra o para alimentar las gallinas, y lo que no lo quemaba detrás
del alambre, sobre el camino de tierra. Al balde iban las cáscaras de papas, los
centros de las manzanas, la lechuga podrida, los tomates pasados de maduros,
las cáscaras de huevo, la yerba lavada, las tripas de los pollos, su corazón,
la grasa. Desde que vive en la ciudad, en cambio, usa bolsas de plástico,
bolsas del mercado o bolsas compradas especialmente para cargar basura como la
que acaba de atar. En una misma bolsa mete todos los restos sin clasificar,
porque donde vive no hay gallinas,
ni tierra que abonar.
Cierra
la canilla y se seca las manos con un repasador limpio. Mira el reloj
despertador que dejó esa tarde sobre la heladera, es hora de sacar la bolsa a
la calle para que se la lleve el camión de la basura. Camina por el pasillo
angosto que comparten todos los vecinos. Colgando de la mano izquierda lleva la
bolsa agarrada con fuerza por el nudo; debe dejar la bolsa en la vereda apenas unos minutos antes de que pase el
basurero. En la mano derecha lleva el manojo de llaves que le pesa casi
tanto como la bolsa. El llavero de metal es un cubo con el logo de la empresa
de limpieza para la que trabaja, de la argolla plateada cuelgan las llaves del
edificio y de cada una de las cinco oficinas que limpia, las llaves de un
trabajo anterior a donde ya no
va, las dos llaves de la puerta hacia la que camina ahora con la bolsa de
la basura golpeando contra su pierna mientras avanza, la llave de
la puerta de su casa planta baja al fondo, la del sótano donde guarda la
bicicleta con la que va a trabajar
su marido cuando tiene trabajo, y la de la puerta del cuarto de su hija, la que
acaba de agregar al llavero después de encerrarla.
Cuando
llega a la puerta de calle manotea el picaporte pero no se abre, deja la bolsa
en el piso, pasa las llaves una a una girando sobre la argolla hasta que da con
la correcta. Mete la llave y abre la puerta. Primero una y después la otra; la
segunda llave la agregaron después de que entraron ladrones en el departamento
“H”. Traba la puerta con un pie mientras carga otra vez la bolsa. En ese corto
tramo hasta el árbol donde la dejará para los basureros, la lleva abrazada
contra su pecho. Al abrazarla se da cuenta de que la aguja de tejer
perforó el plástico y saca su punta hacia ella, como si la señalara. La
mira pero no la toca. Gira la bolsa para que la aguja de metal no le apunte.
Cuando llega al árbol apoya la bolsa
otra vez en el piso, junto a otras bolsas que otros dejaron antes. Con el pie
presiona la aguja para que se meta otra
vez dentro de la bolsa de donde no tuvo que salir. La aguja entra hasta que
se topa con algo y entonces ella ya
no aprieta más, para que no salga por el otro lado y termine siendo peor. Se
queda mirando el orificio que perforó la aguja esperando ver salir por él un
líquido viscoso, pero el líquido no sale. Si saliera y alguien le preguntara,
ella diría que es de cualquiera de las otras cosas que tiró dentro para llenar
la bolsa. Pero del agujero no sale nada.
Juega
con las llaves mientras espera al camión de la basura. Gira las llaves una a
una por la argolla. Es de noche aunque todavía no terminó la tarde, el frío de
julio le corta la cara. Se frota los brazos para darse calor. Agita el llavero
como si fuera un sonajero. Ya está, ya se termina, quisiera entrar otra vez a
su casa a ver cómo está su hija pero no puede dejar la bolsa ahí sola. Teme que alguien husmee en su
bolsa de basura buscando algo que pudiera servirle. O un perro, atraído por el olor. Ella sabe que los animales pueden oler
cosas que nosotros no olemos; allá donde vivía con su abuela había animales,
perros, un burro, gallinas, una vez
tuvieron hasta un chancho.
Tiene
frío pero no puede irse y dejar que un perro ataque con voracidad la bolsa que
acaba de sacar para los basureros. En casa de su abuela había tres perros. Su
abuela también usó una aguja, pero no la bolsa de plástico sino uno de los dos
baldes. Lo que largó su hermana fue al balde de las gallinas. Ella vio a su
abuela sacárselo a su hermana, por eso sabe cómo hacer: clavar la aguja, esperar, los gritos, los dolores de
vientre, la sangre, y después juntar lo
que salió en el balde y tirarlo a las gallinas. Ella aprendió viendo a su
abuela. Y así lo hizo hoy, igual que como se acordaba.
Sólo
que esta vez resultará mejor, porque ella ahora sabe qué tiene que hacer si su
hija grita de dolor y no deja de largar sangre, sabe dónde llevarla, a ella no
se le va a morir. En la ciudad es distinto, hay hospitales o salidas médicas cerca. Su abuela no
sabía qué hacer, no había lugar al que llevarla.
Donde
ellos vivían no había nada, ni siquiera vecinos. No había manojos con llaves
que abren y cierran tantas puertas. No había gente que revolvía en lo que dejaban los otros. Ni bolsas de
plástico. No había nada. Pero había gallinas, que se comían la basura.
Los textos forman parte de
estudio en ejercicios de taller.-
El
cazador metafísico. Poesía reunida I forma parte de una trilogía. Es el
primer volumen editado, y está compuesto por cuatro libros escritos entre 1971
y 2006: El Cazador Metafísico, El Desierto, El arquitecto de la nada y Samurai.
Luis Pazos nació en La Plata en 1940. Participó de la actividad artística en
grupos fundamentales de la ciudad: Grupo Diagonal Cero, Grupo de los 13 y
Escombros, con este último desde el año 1988 hasta la actualidad.
Salvo lo antes apuntado, desconozco en profundidad los diferentes oficios por
los que atravesó Luis Pazos en su vida. Conozco, sí, su oficio de poeta desde
hace muchos años. Poemas recogidos en diversas antologías grupales; incluso
algunos de sus versos están incluidos en Naranjos
de fascinante música, poesía contemporánea de amor en La Plata, antología
que hemos armado junto al poeta Néstor Mux en el año 2003 y que editamos bajo
el sello Libros de la talita dorada.
Pazos, es decir, su poesía, su poética, me acompaña desde mi adolescencia,
desde su inicial El cazador metafísico
(de 1971, libro premiado, entre otros, por Alberto Girri y Carlos Mostronardi),
editado en 1972, y que leí hacia fines de esa década. El cazador metafísico,
como bien nos indica su autor, tiene como protagonista al hombre contemporáneo,
hombre lanzado a un supuesto bosque en busca de lo inalcanzable: la verdad.
“Dios es lo que no se refleja” (poema “El cazador metafísico”), así se inicia
el libro. Está Dios. Los dioses. Que se ocultan, como todo cazador; salvo aquel
cazador metafísico, que se encuentra visible en lo invisible. “Nuevamente/ todo
nos pertenece” (poema “El oráculo”). Es esta reedición fiel a la original,
salvo por la inclusión de un poema inédito (“El búho”) que concluye diciendo:
“…toda vida es sagrada/ y toda carne debe vivir.”
Diecisiete años después de su primer libro de poemas, Luis Pazos publica en
1988 El desierto. Y El desierto es una continuación de su
primer libro. Los títulos de los poemas dan el tono a ese espacio-lugar que
todo hombre debe atravesar hasta quedarse quieto para siempre. Varios de ellos
nos acercan a: La sospecha, El Mesías, La condición humana, La presa, La
búsqueda, El castigo, El disfraz, El pozo, La materia de lo real, El horizonte,
El bosque, El sobreviviente, El huérfano, La herida, La oscuridad, El dueño, El
deber, La última cena, El precio, El orante, La ley, El legado y El desierto.
En todo atravesar de los desiertos, algunas veces, hay un sobreviviente que
logra llegar con gran desdicha, aunque más no sea mintiéndose. Al detenerse, y
antes de continuar hacia las ruinas humeantes, escribe en la arena este libro.
El arquitecto de la nada (2000,
inédito hasta esta edición) es un libro que se perdió. Vuelve como fragmento
que logró rescatar la memoria y su desamparo. Hay un inicio: “Todo lo demolió./
Hasta los cimientos/ y aún más”. (Poema I). El
arquitecto de la nada trasunta en sus XX poemas canciones desesperadas, y
desdichas, lágrimas y abismos y pesadillas. Hay un destruir y un construir. Hay
un enterrar y desenterrar herramientas. Hay una nada que es la casa de todos:
el vacío. “Construyó en el borde/ del abismo/ porque amaba el vacío”. (Poema
XVIII). Como morada final “…un desierto/ sin nombre// la casa/ de su padre”.
(Poema XX).
En 2006 escribe, a pedido de su hija Camila, el libro Samurai (también inédito). Ahora, Pazos nos narra (poetiza) en 75
poemas sin título el insomnio de un guerrero. Lo más sórdido de la condición
humana se espeja en matanzas, orgías, sangre, odio, cobardías, es decir,
humanos que se devoran así mismos. Ser samurai es no ser hombre porque ser
hombre es ser débil. El desasosiego de la razón sensible engendra samuráis. Y
el samurai escribe. Escribe y calma la sed en el acero de su espada. Godard en
una de sus películas hace decir a uno de los protagonistas, cito de memoria:
“Quiero ser inmortal, y luego morir”. El samurai se dice hecho de eternidad, y
en su testamento escrito en el filo de su espada, nos dice la última línea del
libro: “Les dejo el sol”. Está en nosotros descubrir si para alumbrarnos o
anochecernos.
Luis Pazos es un poeta del vacío. Un vacío que se completa con la sustancia de
la poesía. Y eso es lo que importa: el contenido de este hermoso y doloroso
libro que nos dice que todo viaje es necesario, aún atravesando espesas nieblas
y oscuridades. Pero está el arte y su sol, muchas veces de fugaces rayos, que
nos transmite la necesaria claridad (como pedía Edgar Bayley) casi todos los
días.
[1]Publicado en
suplemento Ideas, diario Diagonales, La Plata, domingo 2 de
octubre de 2011. Acerca de El cazador
metafísico. Poesía reunida I, Libros de la talita dorada, 2011.