TALLER JUAN JOSÉ SAER (1937
– 2005)
“La mayor” (Fragmento)
“Otros, ellos, antes, podían. Mojaban,
despacio, en la cocina, en el atardecer, en invierno, la galletita, sopando, y
subían, después, la mano, de un solo movimiento, a la boca, mordían y dejaban,
por un momento, la pasta azucarada sobre la punta de la lengua, para que
subiese, desde ella, de su disolución, como un relente, el recuerdo, masticaban
despacio y estaban, de golpe ahora, fuera de sí, en otro lugar, conservado
mientras hubiese, en primer lugar, la lengua, la galletita, el té que humea,
los años: mojaban, en la cocina, en invierno, la galletita en la taza de té, y
sabían, inmediatamente, al probar, que estaban llenos, dentro de algo y
trayendo, dentro, algo, que habían, en otros años, porque había años, dejado,
fuera, en el mundo, algo, que se podía, de una u otra manera, por decir así,
recuperar, y que había, por lo tanto, en alguna parte, lo que llamaban o lo que
creían que debía ser, ¿no es cierto?, un mundo. Y yo ahora, me llevo a la boca,
por segunda vez, la galletita empapada en el té y no saco, al probarla, nada,
lo que se dice nada. Sopo la galletita en la taza de té, en la cocina, en
invierno, y alzo, rápido, la mano, hacia la boca, dejo la pasta azucarada,
tibia, en la punta de la lengua, por un momento, y empiezo a masticar,
despacio, y ahora que trago, ahora que no queda ni rastro de sabor, sé,
decididamente, que no saco nada, pero nada, lo que se dice nada. Ahora no hay
nada, ni rastro, ni recuerdo, de sabor: nada (...). Y como si fuese posible
saber, si es de verdad recuerdo, de que, nítidamente, es recuerdo: o lo que
puede haber de común, por decirlo de algún modo, entre la bufanda amarilla, y
el recuerdo que sube, ¿de qué mundo?, amarillo, en forma de bufanda que se
extiende, ahora, de las esquinas hasta el centro. No pareciera, no, que
hubiese, o que debiera haber, mejor, común a las dos manchas amarillas, la que
recuerdo, la que recuerdo que recuerdo, o la que creo, más bien, al verla
aparecer, recordar, que ha estado, fuera, en alguna otra parte, en otro
momento, ningún puente, ninguna, por llamarla de algún modo, relación. Y de los
hombres que, creo haber dicho, parecieran estar, en la semipenumbra matinal del
Gran Doria, fumando, tomando un café, no sé, verdaderamente, por decirlo de
algún modo, nada: no podría decir, probablemente, a esta distancia si toman, de
verdad, café, o si fuman, o si son, verdaderamente, hombres, a menos que pegue,
por decir así, en ese vacío, recuerdos que no son, en el fondo, recuerdos de
nada, de nada en particular, y de los que no podría decirse, ni siquiera, que
son verdaderamente, en el preciso sentido de la palabra, si una palabra, ha de
tener, obligatoriamente, un sentido preciso, recuerdos. La taza, por otra
parte, de café que, se supondría, habría estado subiendo, en ese momento, a los
labios, no sería, en realidad, en el recuerdo, ninguna taza, y el café, ningún
café, ninguna cantidad de líquido negro, humeante, cubierto de espuma dorada,
que no ha ocupado, en ninguna parte, y nunca, ningún lugar, ni pasado, después
de no haber sido tomado por nadie, amargo, indiferente, por ninguna garganta:
no, no hay, en el recuerdo de ese café, ningún café, y la bufanda amarilla, de
la que debiera nacer la mancha amarilla que sube, ahora, sola, del pantano,
flota, desintegrándose, ¿en qué mundo, o en qué mundos?”
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