La lluvia de anoche fue fuerte, volaron cosas (no muchas, ni nada importante), y borró los poemas escritos con tiza blanca en el portón gris de la entrada. Una vez, hace un tiempo, nos emborrachamos, no era muy tarde, después del mediodía, tal vez. Uno de los dos llevó una botella de algo. No recuerdo si cerveza, o sidra. Cuando comenzamos aún estaba fría la botella y su contenido nos mojó, primero por dentro, luego por fuera. Volcamos (volcaste) el líquido sobre nuestros pechos, y bebimos. “¡Que hermoso!”, dijiste vos. Y ese día, no nos cansamos el uno del otro. No nos cansamos, y nos cansamos, eso sí, con esos cuerpos, que a pesar de todo, pedían un poco más, un poco más.
"Y recordá / la vida / no es más que estos pedazos de nosotros / compartidos con los demás"
martes, 28 de diciembre de 2021
TOMÁS FRANCISCO TAPIA La lluvia de anoche
domingo, 5 de diciembre de 2021
GUSTAVO ROLDÁN Hasta donde cae el sol y se apaga en el río
miércoles, 1 de diciembre de 2021
EUGENIO MANDRINI No somos muchos y estamos locos
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. -
martes, 16 de noviembre de 2021
AURORA VENTURINI Mala época es la infancia
miércoles, 10 de noviembre de 2021
FRANZ KAFKA Érase un buitre
martes, 9 de noviembre de 2021
MARCO DENEVI La literatura
sábado, 9 de octubre de 2021
SPENCER HOLST Hubo una vez un playboy millonario que se quemó la cara
martes, 5 de octubre de 2021
TALLER PRESENCIAL EN CITY BELL Inicia en octubre
lunes, 20 de septiembre de 2021
ABELARDO CASTILLO Erika de los pájaros
jueves, 16 de septiembre de 2021
RAYMOND CARVER No pido nada
viernes, 27 de agosto de 2021
ESTELA FIGUEROA En el hueco que hay entre mis pechos
TALLER ESTELA
FIGUEROA
“Árbol eres,
musgo eres, eres violetas arrasadas”
E. Pound
En
el hueco que hay entre mis pechos
puse
un puñado de tierra.
En
la tierra hundí
la
raíz de una enredadera.
La
enredadera empezó a crecer.
Yo
desnuda
en el patio de mi casa
me
apoyé en un árbol.
En
poco tiempo estuve cubierta
por
hojas frescas y verdes.
En
poco tiempo la enredadera
pasó
a envolver el árbol.
Yo
pasé a ser el árbol.
Cuando
llueve tomo agua
cuando
hay viento tomo aire.
Como
nadie me ve
nadie
más me hará daño.
En
Atlas de la Poesía Argentina, Edulp,
2017 / De Profesión: sus labores,
2016 / Fotos: jmp
Estela
Figueroa (Santa Fe, 12 de agosto de 1946) /
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. -
lunes, 9 de agosto de 2021
CIRCE MAIA Invitación
INVITACIÓN
Me
gustaría
que
me oyeras la voz y yo pudiera
oír
la tuya.
Sí,
sí, hablo contigo
mirada
silenciosa
que
recorre estas líneas.
Y
repruebas, tal vez, este imposible
deseo
de salirse del papel y la tinta.
¿Qué
nos diríamos?
No
sé, pero siempre mejor
que
el conversar a solas
dando
vuelta a las frases, a sonidos,
(el
poner y el sacar paréntesis y al rato
colocarlos
de nuevo).
Si
tu voz irrumpiera
y
quebrara esta misma
línea...
¡Adelante!
Ya
te esperaba. Pasa.
Vamos
al fondo. Hay algunos frutales.
Ya
verás. Entra.
En
Breve sol, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2001/ Fotos: jmp
Circe
Maia (Montevideo, Uruguay, 29 de junio de 1932). Vive en Tacuarembó
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-
miércoles, 23 de junio de 2021
JUAN FORN sobre MARCEL SCHWOB
Sobre MARCEL SCHWOB
EN CUALQUIER OTRO PAÍS DEL
MUNDO
En cualquier otro país del mundo está
agotado, es una rareza o nunca se tradujo directamente. Acá, en cambio, no hay
librería ni biblioteca que no tenga un ejemplar de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob. Yo me lo he topado en los
estantes más insospechados: en casas de veraneo, con las páginas pegadas de
humedad, en la sala de espera de un dentista, en escuelas, en bibliotecas de
lectores grosos y de lectores cualunques, y en casi todas las librerías de
saldo y puestos callejeros de libros que curioseé en mi vida. La culpa es de
Borges, obvio. A tal punto nos lo naturalizó en nuestro ADN de lectores que a
veces parece que los ejemplares de Vidas
imaginarias que hay en tantas casas argentinas están ahí como si fueran un
libro de Borges, no de Schwob. Algo similar pasa con el Bartleby de Melville:
en nuestra biblioteca mental lo tenemos más cerca de Kafka que de Moby Dick,
pero la diferencia es que Melville es para todos nosotros mucho más autor de
Moby Dick que de Bartleby; en cambio, Schwob es Vidas imaginarias por encima de
cualquier otro de los libros que escribió. Toda su obra está contenida ahí, tal
como todo Borges está en esencia en Historia
Universal de la Infamia: la picardía para hacer uso de la erudición, el
asombro contenido por el lenguaje preciso, las perlas dejadas caer como al
pasar, la idea hermosa de que todo está en los libros y que la literatura “se
escribe leyendo”.
Se han escrito infinidad de libros
parecidos al de Schwob, antes y especialmente después de que él publicara Vidas
imaginarias, pero gracias a Borges, acá en Argentina sabemos que ninguno se le
acerca siquiera, y por eso lo tenemos en nuestras casas: porque tener ese libro
es como tener en casa toda la literatura, todo lo que hace mágica la
literatura. “El verdadero lector hace casi tanto como el autor, sólo que él
construye entre líneas. Aquel que no sabe leer en el blanco de la página no
será jamás un buen lector”, dijo Schwob. Por su biógrafo y sus amigos sabemos
que Schwob no podía leer como leían los demás: “Desconfiaba de lo que entraba
por la puerta, fuese el diario de la mañana o la herencia de los siglos. Veía
que la literatura albergaba otra literatura y que, debajo de la historia
oficial, había otra historia, igualmente fascinante, turbadora y
enriquecedora”. Y, cuando escribía, conseguía que sus lectores hicieran lo
mismo, que lo leyeran así. La literatura se escribe leyendo. Lo imaginario se
aloja entre el libro y la lámpara. Para soñar no hay que cerrar los ojos, hay
que leer.
Todos sus amigos iban a visitarlo por
eso. Jules Renard resume así lo que le pasaba también a Mallarmé, a Valéry, a
Anatole France, a Colette, a Alfred Jarry, cuando caían a cualquier hora en
aquel departamentito de la Rue de l’Université que parecía un armario
incrustado entre dos pisos, con una mesa y una silla minúsculas desde donde él
conversaba mientras sus visitas bajaban al piso los libros sobre la cama para
tener dónde sentarse: “Ayer con Schwob hasta las dos de la mañana. Me pareció
como si tomara entre sus dedos finos mi cerebro y lo diera vuelta,
exponiéndomelo a la luz”. Su esposa, la actriz Marguerite Moreno, dijo: “Tenía
una inteligencia como los ojos de los insectos, veía en diversos planos,
geométricamente, era espeluznante a veces”. Lo espeluznante era que Schwob
parpadeaba muy levemente pero todo el tiempo al hablar, “como labios que
rezaran”: sus palabras parecían venir de sus ojos, no de su boca. Según lo
retrataron sus amigos, tenía rostro de benedictino, dentadura perfecta,
ascendencia semita, odio a los espejos y vergüenza de tener un cuerpo. Tenía,
además, menos de veintisiete años cuando recibía estas visitas que decían
después: “Leyendo a quienes él ama se puede ser un lector feliz”.
Colette le presentó a la actriz
Marguerite Moreno para rescatarlo. La Moreno hacía la Fedra de Racine en el
escenario pero en privado recitaba Baudelaire como nadie. Schwob se enamoró de
su voz, se casó con ella e incluso aceptó mudarse a una casa luminosa en la Ile
de St-Louis, pero a los tres meses le empezaron “los dolores”. Así llamaba a la
enfermedad misteriosa, supuestamente un cáncer de recto, que fue su calvario
desde entonces. El matrimonio era blanco: la Moreno se iba de gira y Schwob
cerraba todos los postigos y se ponía en brazos de la morfina pero ni así podía
escribir, así que decidió partir a Samoa, a ver la tumba de Stevenson, que era
su amigo y a quien había traducido al francés. La mitad del viaje lo hizo en
camilla y nunca llegó hasta la colina donde estaba la tumba de su amigo, pero
en cambio aprendió diligentemente el samoano y en dos días podía hablarlo. Lo
llamaban Tulapala, que significa “habla con historias”, y el propio rey Mataafa
lo inició en una tisana vegetal más efectiva que la morfina. “Si no tuviese que
escribir el libro que tengo que escribir, viviría con ellos”, le escribió a la
Moreno en una carta que no despachó sino que guardó en su bolsillo (“para que
sepas, mi querida, si me pasa algo, que mi último pensamiento ha sido para
ti”).
El libro que quería escribir era sobre
los coquillards y su rey, el poeta
pillo François Villon. La teoría de Marcel era que no existía una línea que
separase lo que está debajo de lo que está arriba: “A la gente de mundo le
gusta recoger las formas y términos nuevos que crea la calle. La unificación de
Europa como continente, la idea de cultura tal como la conocemos, la iniciaron
esos vagabundos que iban de pueblo en pueblo contagiando lenguaje y estilo sin
saberlo: clérigos, estudiantes, trovadores, bandidos, desertores, mendigos”. En
sus últimos años, Schwob dio en la Sorbonne un seminario sobre el tema que no
terminaba nunca y que tenía poquísimos pero fervorosos alumnos. Uno de ellos
fue Pierre Champion, su único biógrafo hasta hoy, que en su libro de 1927
escribió que Schwob murió un domingo de febrero a los treinta y siete años, que
nadie pudo cerrarle los párpados y por eso lo velaron así, y como sus ojos
seguían abiertos al partir al cementerio, cubrieron con velos negros los
faroles del coche que lo condujo hasta allá.
Marcel
Schwob (Francia, 1867-1905), Vidas imaginarias
Juan
Forn (Buenos Aires, 5 de noviembre de 1959 –
Mar
de las Pampas, 20 de junio de 2021) / Fotos: jmp
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-
miércoles, 5 de mayo de 2021
PAUL CELAN La cabaña
Todtnauberg
(cerca de Friburgo, Selva Negra alemana) |
TODTNAUBERG
Árnica,
alegría de los ojos, el
trago
del pozo con el
dado
de estrellas encima,
en
La
Cabaña
escrita
en
el libro
-¿qué
nombres anotó
antes
del mío?-
en
este libro
la
línea de
una
esperanza, hoy,
en
una palabra que adviene
de
alguien que piensa,
en
el corazón,
brañas
del bosque, sin allanar,
satirión
y satirión, en solitario,
crudeza,
más tarde, de camino,
evidente,
el
que nos conduce, el hombre,
que
lo oye también,
las
sendas
de
garrotes a medio
pisar,
en la turbera alta,
mojado
mucho.
Una
caminata por la Selva Negra hasta la cabaña de escritura del filósofo |
Traducción
de José Luis Reina Palazón, en Obras completas, Editorial Trotta, 2002
Paul
Celan (Csernowitz, Rumanía, 23 de noviembre de 1920 - París, Francia, 20 de
abril de 1970) /
Los
textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. -